Jesús María Silveyra

martes, marzo 17, 2020

QATAR



Donde se juntan el desierto y el mar,
las dunas terminan siendo olas,
los beduinos se zambullen a pescar
y los ojos se convierten en perlas.

Eso le escuché decir a un catarí
en el prólogo del libro de arena,
mientras se caían las hojas
y el tiempo transcurría por el suelo.

Soplaban las horas con sus días,
hasta volverse tormenta,
remolinos junto a las tiendas
que encendían las estrellas.

De día el sol escupía fuego,
quemando el paso de camellos.
De noche la luna menguante,
teñía de plata los cabellos.

Las caravanas traían los frutos,
de una tierra oculta y lejana,
mientras en la orilla del mar,
las redes saltaban de peces.

La palabra y su eco viajaron lejos,
trayendo mil y un relatos de genios.
Las subieron a los botes pequeños
y los marinos fueron sus dueños.

Desembarcaron del otro lado del mar,
donde el azul se vuelve turquesa
y las huríes comenzaron a bailar,
como si estuvieran en el Paraíso.

Así supe que al final,
sobre la arena o la sal,
la voz humana quedará tendida
y habrán de juzgarla sin tardar,
tanto el amor, como la tristeza.

Quedará entonces el llanto
prendido de aquel beso,
pagará la sonrisa por la sed
y la soledad por el encuentro.


Jesusmariasilveyra@2020

DESPUÉS DE LA TORMENTA

Después de la tormenta,
llega la calma,
ese aire puro y fresco
entrando por la ventana.
Las montañas quedaron nevadas,
el frío ha pintado el cielo
de un celeste prístino,
como dos grandes ojos de agua.
Y el lago, de oscuro profundo
ha pasado a un turquesa de orilla
y ya no está tan picado.

Respirar.
¿Qué será del mañana?
Vivamos el hoy,
con renovada esperanza,
el sol se hace presente
y calienta hasta el alma,
mientras los perros ladran
en la distancia.

Te recuerdo en esa flor, amarilla.
Ha salido ayer misteriosa,
como signo
de tu presencia eterna,
enredada en el paso del tiempo,
sonriente y dichosa,
bajando tus finas manos
hasta tocar la punta de los dedos
y elevarme.

Jesusmariasilveyra@2020.


CORONAVIRUS


Cuando las sombras se apoderan
de la hora.
Está la caña en mano de Moisés
sobre la roca.
El golpe duro y la firme voz
contra la queja,
hasta que, desorientado el pueblo
al fin se deja,
guiar por la esperanza
refulgente,
brillo del agua,
que se abre paso,
entre la gente.

Sacia la sed,
devuelve la energía,
ilumina el rostro
de quien confía,
traza un surco
en el desierto,
río de fe y de luz
recién abierto.

Camino hacia un Dios
que en el milagro
se revela,
pese al corazón duro
y dura la cerviz
de quienes dudan
continuamente.
En el camino de las pruebas,
el agua viva,
pese a las faltas de cada uno,
está presente.

Jesusmariasilveyra@2020



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