Jesús María Silveyra

jueves, diciembre 14, 2006

"La visita de Benedicto XVI a Turquía"

La que debió ser una visita eminentemente pastoral, para la pequeña grey católica que vive en Turquía, y ecuménica, para con la Iglesia Ortodoxa en general —dada la invitación oportunamente recibida del Patriarca Ecuménico Ortodoxo de Cons tantinopla, Bartolomé I para celebrar juntos la festividad de San Andrés—, luego de la polémica suscitada por el discurso de Benedicto XVI en la universidad alemana de Ratisbona a partir de una cita sobre el profeta Mahoma, se convirtió en un gesto de valentía, amor, paz y esperanza del Papa para con el Islam.

Gesto de valentía, porque el Papa pese a las amenazas contra su vida expresadas por grupos extremistas que mal se dicen islámicos, los desplantes iniciales del gobierno turco —que dudaba acerca del tipo de recibimiento que políticamente le convenía dar al Papa—, los anuncios de grandes manifestaciones populares que se realizarían el día previo a su arribo para rechazar su visita —que después fracasaron— y las duras palabras esgrimidas por representantes religiosos luego de su discurso en Ratisbona, se hizo presente en este hermoso país, bisagra histórica y cultural entre Europa y Asia, cuna de la Iglesia de los primeros cristianos (dónde, entre otros, predicaron Pedro, Pablo y Andrés). Y no sólo se hizo presente, sino que, a la par de intentar en todo momento profundizar el diálogo con el Islam, no se calló de pedir por la libertad religiosa y los derechos de las minorías —cuestión que quedó expresada en el Documento Conjunto firmado con Bartolomé I—, así como de reafirmar su fe católica, como lo hizo en la misa junto a la Casa de María, en Efeso, en la que señaló que Cristo representa y es la paz, o en la catedral del Espíritu Santo, al recordar la profesión de fe de Pedro en Cesarea.

Gesto de amor, porque Benedicto XVI viajó a un país en donde este mismo año —el 5 de febrero— fue asesinado en la ciudad de Trabzon el sacerdote italiano Andrea Santoro como consecuencia de las reacciones extremistas contra la publicación de una serie de caricaturas de Mahoma por parte de diarios europeos. Y si bien se refirió a don Andrea durante la homilía de la misa celebrada en la "Meryem Ana Evi" (Casa de María), lo hizo sin ningún rencor, sino para expresar el valor de su testimonio para la pequeña iglesia católica de Turquía que no está exenta de sufrimientos y pruebas. Acto de amor que también fue visible para con el muftí de Estambul, profesor Mustafá Cagrici, quien en su momento lo había criticado duramente —aunque luego aceptó sus explicaciones— por aquella cita considerada "anti islámica", que —vale aclarar— no era de Benedicto XVI, sino una reproducción de un diálogo del pasado. Gesto que no sólo consistió en un saludo fraterno, sino en el dejarse llevar por el muftí dentro de la enorme "mezquita Azul" de Estambul —convirtiéndose así en el segundo Papa en la historia que se hizo presente en una mezquita después de Juan Pablo II— y elevar junto a él una plegaria frente al "mihrab" (lugar que indica la dirección a La Meca). Plegaria conjunta que fue filmada por la televisión turca y cuya imagen recorrió una y otra vez el mundo. Gesto de amor del Papa que también fue para con el primer ministro Erdogan, quien se arrepintió de su decisión inicial de no ir a recibirlo y fue a buscarlo al aeropuerto de Ankara y compartió luego una charla privada al término de la cual manifestó que Benedicto XVI —en un giro de la posición que había explicitado cuando aún era cardenal— alentaba el ingreso de Turquía a la Comunidad Europea.

Gesto de paz, manifestado por el Papa a lo largo de los cuatro días que duró su visita. El primer día, en el mausoleo de Ataturk, en Ankara, donde utilizó palabras del fundador de la República turca, al expresar su deseo de "paz para Turquía y paz para el mundo". Luego, durante la visita a la "mezquita azul" de Estambul, con aquel intercambio de regalos con el muftí, con el simbolismo de la paloma. Una coincidencia por demás significativa, tal como lo manifestó el mismo Mustafá Cagrici, al entregarle al Papa la imagen de una paloma y al recibir de éste un cuadro con varias palomas saliendo de un canasto. Por último, aquella suelta de una paloma real frente a la catedral católica del Espíritu Santo en la que el Papa celebró su misa final. Y este gesto de paz, en todo momento, fue acompañado por una expresión gozosa y contemplativa del pontífice, volviendo a mostrar en público uno de sus carismas más significativos.

Gesto de esperanza, porque el permanente intercambio de signos, saludos, regalos, palabras, y cambios de actitud, prodigados entre las partes, fue trazando un puente de posibilidad, confianza y acercamiento, a semejanza de aquel que une ambas riberas del Bósforo, comunicando Europa con el Medio Oriente. Quienes tuvimos la dicha de seguir al Papa en Turquía —más allá de las estrictas medidas de seguridad, que por momentos parecieron exageradas y dificultaron nuestra presencia en los actos—, partimos convencidos de que sobre ese puente se puede comenzar a construir un intercambio verdadero de dones espirituales que ayude a la resolución de los conflictos que existen en Medio Oriente (Irak, Líbano, Israel...) y que, ni la política, ni las armas, parecen poder resolver.

Tal vez —en lugar de encontrarnos frente al momento culminante del "choque de civilizaciones" que fue anunciado hace unos años en el libro de Samuel Huntington— nos encontremos frente a la oportunidad del "encuentro" de las mismas, tal como fue el deseo de Benedicto XVI al despedirse. La actitud observada en Turquía por parte de los musulmanes de buena voluntad, que comparten con los cristianos el amor a Dios y a su infinita Misericordia, parecerían querer reafirmar esta posibilidad.


(*) artículo de Jesús María Silveyra publicado en el diario Clarín el 13/12/2006

lunes, junio 12, 2006

"San Pedro"

¡Oh, Pedro!
Déjame remar
contigo hacia la orilla
del lago azul,
donde las negras piedras
-soñando con el mar-
brillan bajo la tenue luz,
del amanecer enamorado.
Ojos de tu rabboni.

Déjame cargar
contigo el desencuentro
de la vida,
hecha pozo en el vacío
-que ya no llena la Ley-
y allanar el camino pedregoso,
hacia el monte elegido.
Camino de la cruz.

¡Oh, Pedro!
Déjame confesar
contigo en Cesarea de Filipo,
ver su gloria en el Tabor,
dudar en el atrio de Caifás,
humillarme a la sombra del madero,
hasta que llegue el alba
-alba de domingo-
y corra con Juan hasta el sepulcro
para encontrar las mortajas luminosas.
Luz salvadora de Jesús.

Déjame al fin,
andar con tu cayado,
cargando como pueda
la fe que vacilante me rodea,
hasta que el cielo arda
-como llama de laúd-
y encuentre boca abajo
el amor verdadero.
Esperanza de vida eterna.

martes, mayo 09, 2006

"Entrevista al autor"



ZENIT - El mundo visto desde Roma
Código: ZS06050709
Fecha publicación: 2006-05-07

Se puede salir de la pobreza, demuestra la obra del padre Pedro Pablo Opeka en Madagascar
Entrevista con Jesús María Silveyra, autor de un libro sobre el misionero
BUENOS AIRES, domingo, 7 mayo 2006 (
ZENIT.org).- Salir de la pobreza es posible, demuestra la obra Humanitaria Akamasoa en Madagascar, del padre Pedro Pablo Opeka, sacerdote Vicentino.
Para comprender la labor de este misionero argentino, Zenit publica esta entrevista con Jesús María Silveyra, autor argentino del libro: «Un viaje a la esperanza, salir de la pobreza con trabajo y dignidad» (Editorial Lumen).
- En sus reconocidas obras, entre las que se cuentan: «Pedro, la historia jamás contada», «Los ojos de María», «Los Apóstoles», «Confesiones de un peregrino a Medjugorje», «El camino de la misericordia» y recientemente en su último libro: «Un viaje a la esperanza, salir de la pobreza con trabajo y dignidad», trasciende una clara tendencia de elección en la búsqueda de Dios, ¿por qué?
- Silveyra: En primer lugar, la literatura en sí misma, las ganas de escribir que tuve desde que siendo un jovencito leí, entre otras cosas, «El viejo y el mar», de Ernest Hemingway, y me dije a mí mismo: «cuando sea grande, voy a ser escritor». En segundo lugar, la Palabra de Dios, que fue afectando mi propia palabra en el proceso de conversión personal. La Palabra que fue nutriendo a mi modesta palabra de un sentido trascendente, de permanente búsqueda del Absoluto y su misterio. La Palabra que fue regando mi pequeña palabra con la grandeza del gozo proveniente del contacto con el Espíritu de Dios, fuente de inspiración, que con su luz, fuego, viento, torrente y calma fue ayudándome a moldear mi palabra. Por último, un llamado y un atisbo de misión que se hicieron presentes en mi vida literaria: contribuir a evangelizar la cultura. Llamado que recogí en 1986, durante la visita del querido Juan Pablo II a la Argentina, cuando el difunto Santo Padre, «el Grande», habló en el teatro Colón de aquella misión reservada para los artistas.
Cada vez que uno de mis lectores se siente llamado, interpelado, conmovido o, simplemente, se pregunta sobre la existencia de Dios y se lanza a su propia búsqueda, siento que estoy aportando un granito de arena en el anuncio del Evangelio. Esto no quiere decir que deba restringir mi literatura únicamente a lo religioso.
-¿Cómo clasificaría sus obras a través del tiempo?
-Silveyra: Como he dicho, mis obras son una búsqueda permanente de Dios a través de la experiencia mística o, si se quiere, del contacto con el misterio. Comencé a publicar a partir de 1992, cuando decidí dedicarme de lleno a la literatura abandonando parcialmente mi vida empresarial. Primero fueron una serie de cuentos que me pusieron cara a cara con la muerte y la esperanza de una vida eterna. Más tarde, me encontré con la figura de san Pedro. Jesucristo había elegido a un hombre débil, como cualquiera de nosotros, que nos hacía llegar con su vida un mensaje de radicalismo evangélico: Pedro, una vez convertido, no sólo confirmó en la fe a sus hermanos sino que entregó su vida por amor a su maestro. En la cruz invertida, en ese «darse vuelta», estaba mostrándonos un camino de conversión y salvación. Posteriormente, escribiendo sobre Los Apóstoles, tomé conciencia de que el Señor nos estaba llamando a todos a «darnos vuelta», a mirarlo y a seguirlo. Redactar la crónica sobre los siete monjes trapenses asesinados en Argelia, fue comprobar que el mensaje de amor cristiano de «dar la vida», estaba vivo en las postrimerías del siglo XX. Finalmente, llegar a Polonia de la mano de santa Faustina Kowalska, acompañando la última visita de Juan Pablo II a su tierra, para encontrarme frente al Jesús Misericordioso, fue recibir la gracia del Señor Resucitado en ese pasaje de la muerte en cruz a la plenitud de la vida en gozo eterno. Entre medio, hubo otros libros. Estuvo la Virgen siempre presente, iluminando mi búsqueda con su mensaje de «Guadalupe», en el que repetía que ella era nuestra madre, la que nos protegía en el hueco de su manto, bajo el cruce de sus brazos; como también lo estuvo la «Reina de la Paz», intercediendo, ayudándome a abrir el corazón un poco más. Por último, publiqué una novela política, cuando la Argentina estaba sumida en una de las peores crisis de su historia. En ella imaginaba un presidente que venía a poner al país de pie, liberándolo de tanta pobreza, marginalidad y frustración. Este presidente fundaba «Centros de esperanza». Abandonaba el protocolo y se iba a construir viviendas con los necesitados. Al cabo de un tiempo eran miles los que se unían a su proyecto de dignificación a través del trabajo.
Creo que, esa novela, fue la antesala para meterme más profundamente en el tema social de la mano del padre Pedro Opeka, experiencia que cuento en mi último libro. En una palabra, a partir del proceso inicial de búsqueda «personal» de Dios, creo que estoy saliendo al encuentro con el «otro» para anunciarle la buena noticia de que Dios está en medio de nosotros y que nos ama.
- Siendo su reciente libro «Un viaje a la esperanza…», el primero que se edita en idioma español dedicado a la reconocida Obra Humanitaria del padre misionero argentino Pedro Opeka en la isla de Madagascar, ¿cómo tomó conocimiento de su existencia?
- Silveyra: Tomé conocimiento de él, por un artículo que apareció en un diario local. El título era: «El sacerdote que rescató de las calles a 17.000 africanos». Más abajo decía: «En lo que antes era un basurero, creó una pequeña ciudad», refiriéndose a la obra de Akamasoa. El padre Pedro Opeka contaba que se había acercado a los hombres de la calle y les propuso salir de esa vida con lo que el podía enseñarles: trabajar”. Me quedé helado cuando leí esto, por la similitud que encontraba entre Pedro y mi personaje novelesco, así como entre Akamasoa (que quiere decir en malgache: «Los buenos amigos») y los «Centros de Esperanza» que yo había imaginado en mi libro. «De pie frente a la miseria, Pedro les propuso crear una nueva vida de trabajo y solidaridad», continuaba diciendo el artículo, para terminar con una frase del padre Opeka muy radical: «La pobreza no es una fatalidad del destino, es algo producido por los hombres, sobre todo por los políticos que prometen y no hacen».
Para mí, era suficiente. Aquel sacerdote de barba larga y ojos claros, que le daban un aspecto profético, tenía algo importante para decirnos a los argentinos. En ese momento yo tenía un programa de radio con mi mujer y alguno de mi hijos («Estamos en familia») que se transmitía por Radio Cultura, y decidí tratar de encontrarlo para hacerle una entrevista. Finalmente di con él, lo entrevisté y quedé conmovido por su testimonio de amor. Tanto, que le propuse escribir un libro sobre él y su obra humanitaria.
- ¿De que manera le ha impactado poder viajar a Madagascar, y más aún, estar cerca y convivir con el padre Pedro Opeka para observar su obra misional y así poder dar su testimonio en este libro?
- Silveyra: Me ha impactado de distintas maneras. En primer lugar, si bien vivo cerca de lugares donde hay mucha pobreza, nunca estuve tan cerca de ella como en Madagascar. No sólo por la situación extrema que se vive en aquél país, sino por el tipo de gente que rescató el padre Opeka del basural. Estar cerca de la pobreza, pienso que me hizo más pobre y, por consiguiente, pude aprender de ellos un sinnúmero de cosas, entre ellas: el saber esperar. El pobre siempre debe hacerlo. Espera ser atendido, curado, educado, alojado, vestido, alimentado. Por lo tanto, es maestro de esperanza. En segundo lugar, me impactó la obra de Akamasoa. Cuatro centros poblacionales, donde funcionan escuelas, dispensarios, empresas y hasta un hospital. Estos pueblos (en el caso de Manantenasoa, casi una ciudad) me hicieron recordar las misiones jesuíticas de América. Pueblos limpios, ordenados, tranquilos, donde se tiene en cuenta a la naturaleza, en los que se respira un espíritu de trabajo y unidad. Me parece que son pocas las experiencias de este tipo que deben existir en el mundo. Lo digo por la integridad del proyecto. Da educación, salud y trabajo, además del contenido espiritual que se trasluce con intensidad en la misa dominical donde se congregan siempre más de seis mil personas. Es decir: el pueblo que tiene esperanza, también tiene fe. Una fe profunda expresada con el particularismo de su raza y su cultura. Verlos bailar o escucharlos cantar, confieso que me contagió de una alegría inusual. Sobre todo, la alegría de los 8.500 niños que van a las escuelas de Akamasoa. Este fue un regalo especial que Dios me concedió en aquel recóndito lugar. Por último (aunque en esto del orden, no siempre hay que guiarse por la estricta enumeración), me impactó la figura del padre Pedro Opeka. Digo en las charlas que doy sobre este libro que Pedro “es testigo y testimonio del amor de Dios”. Creo que con esto bastaría para describir el efecto que causó en mí, vivir y conversar con él, caminar juntos por los pueblos, verlo actuar y decidir. El padre, como misionero de San Vicente de Paul, ha sido fiel al fundador de su Congregación y a Cristo: da su vida por los otros, por los más pobres y desposeídos. Conocer este tipo de personas, que en todo momento tratan de ser coherentes entre lo que dicen y hacen, no es común en el mundo que vivimos.
En una palabra, esta experiencia de vida en Akamasoa, fue triplemente virtuosa: me contagió la esperanza del pobre, robusteció mi fe con la alegría de los niños y me hizo vibrar con el amor del padre Opeka hacia ellos.
- En un discurso de diciembre de 2003, Juan Pablo II afirmó que «la Evangelización es un motor de la promoción humana»: ¿Cómo interpreta estas palabras tras conocer la Obra Humanitaria Akamasoa del padre Opeka en Madagascar?
- Silveyra: Creo, sinceramente, que Akamasoa es una verdadera obra de promoción humana, en todos sus términos. Promueve el futuro de los niños y jóvenes, dándoles educación, salud y alimentación, amparados bajo el techo de una vivienda digna. Promueve a los adultos, dándoles la posibilidad de acceder a un empleo dentro de la Asociación (canteras, fábrica de muebles, talleres mecánico y metalúrgico, mantelería y cestería, construcción, educación, salud, servicios comunitarios) o la libertad de hacerlo fuera de ella, una vez que recibieron capacitación y reconstruyeron sus vidas. Promueve a los ancianos, dándoles un refugio en la vejez, dentro de un contexto familiar donde siguen siendo importantes para el consejo. Este sentido de la promoción humana, se respira por doquier y se traduce en distintos lemas y consignas colocados en los pueblos que alientan a recuperar la cultura del esfuerzo abandonando los tiempos en que muchos de esos jóvenes y adultos vivían de la mendicidad, la prostitución, la droga o el cirujeo en los basurales. El padre Opeka los ayudó a ponerse de pie, para que recuperaran la esperanza en la vida y soñaran con un futuro distinto. En este trabajo, no quiero olvidarme de los más de trescientos cincuenta colaboradores directos de la Asociación. Ellos hacen posible que la «obra de la Providencia» (como gusta llamarla el padre Opeka) continúe funcionando y dando respuestas, no sólo a quienes contribuyen materialmente desde afuera para que las obras de infraestructura sean posibles, sino a quienes desde dentro quieren seguir apostando por el progreso y la dignidad.
-¿Qué mensaje deja a la Iglesia y al mundo la obra cotidiana del padre Pedro Opeka?
- Silveyra: El testimonio del padre Pedro Opeka vivifica la Iglesia en muchos sentidos. En primer lugar, Pedro es un ejemplo del misionero que necesita y siempre ha necesitado la Iglesia. Dejó todo por seguir a Cristo y anunciar la Buena Noticia: casa, padre, madre, hermanos, bienes, su propia patria y hasta su salud (dado que contrajo el paludismo y diversas enfermedades estomacales en Madagascar).
En segundo lugar, porque lo hizo para estar cerca de los más pobres y necesitados, asumiendo la «opción por los pobres» en forma radical y con gran valentía (lo que lo llevó a ser amenazado en varias oportunidades).
En tercer lugar, porque a esa valentía, le unió el amor. Pedro enfatizaba en sus charlas conmigo que: «coraje y dulzura deben ir juntos». Ciertamente en él, el amor se hace presente continuamente: abrazando a un niño, dando consuelo a una madre, escuchando a un adulto, bendiciendo al anciano o despidiendo a un difunto. Amor que mezcla tristezas y alegrías. «Lo que más me duele es cuando se muere un niño». «Cuando estén todas las viviendas terminadas haremos una gran fiesta». Dos frases del padre Opeka que resumen la particular vida cotidiana junto a los humildes.
Por último, en él se hace presente también la acción evangelizadora, no sólo en las misas dominicales donde predica en la lengua malgache que aprendió en el sur de la isla hace ya casi treinta años, sino diariamente en la capilla junto a su casa, donde rodeado de niños preside la oración vespertina, que es un verdadero «canto de esperanza». Tanto, que contagió el título de mi libro convirtiendo mi propio viaje espiritual, en «Un viaje a la Esperanza».

¡ Reciba los Servicios de ZENIT por correo electrónico !

miércoles, abril 05, 2006

"Andrea Santoro. Otro mártir"


ANDREA SANTORO, otro mártir.


El reciente conflicto entablado entre: los extremistas de la libertad, que no tienen en cuenta los derechos ajenos ni atienden cuestiones de respeto ni de dignidad, y los fundamentalistas religiosos, que repiten que Dios es grande y llaman a matar en su defensa, olvidando que también es Misericordioso y Compasivo, se llevó consigo, además de otros hechos violentos producidos por la publicación de las caricaturas de Mahoma, la vida de un sacerdote católico. Se trata del padre Andrea Santoro, asesinado en la localidad de Trabzon (Turquía), el pasado 5 de febrero.
Quince días antes de ser asesinado había escrito, a sus amigos y colaboradores de Roma, una extensa misiva que fue publicada al mes de su muerte por el periódico católico “Avvenire” y reproducida por la agencia de noticias “Zenit”, la que terminaba con las siguientes palabras:
“...En este corazón a la vez «luminoso», «único» y «enfermo» de Oriente Medio es necesario entrar: de puntillas, con humildad, pero también con valor. La claridad va unida a la bondad. La ventaja de nosotros, cristianos, al creer en un Dios inerme, en un Cristo que invita a amar a los enemigos, a servir para ser «señores» de la casa, a hacerse el último para ser el primero, en un Evangelio que prohíbe el odio, la ira, el juicio, el dominio, en un Dios que se hace cordero y se deja golpear para matar el orgullo y el odio en sí, en un Dios que atrae con el amor y no domina con el poder, es una ventaja que no hay que perder. Es una «ventaja» que puede parecer «desventajosa» y perdedora, y lo es a los ojos del mundo, pero es victoriosa a los ojos de Dios y capaz de conquistar el corazón del mundo. Decía San Juan Crisóstomo: Cristo apacienta corderos, no lobos. Si nos hacemos corderos venceremos, si nos hacemos lobos perderemos. No es fácil, como tampoco lo es la cruz de Cristo siempre tentada por la fascinación de la espada. ¿Habrá quien quiera regalar al mundo la presencia de «este» Cristo? ¿Habrá quien quiera estar presente en este mundo de Oriente Medio sencillamente como «cristiano», «sal» en la comida, «levadura» en la masa, «luz» en la estancia, «ventana» entre muros levantados, «puente» entre orillas opuestas, «ofrecimiento» de reconciliación? Hay muchos, pero se necesitan muchos más. La mía es una invitación además de una reflexión. ¡Vengan!
Los dejo dándoles las gracias por la acogida en las tres semanas transcurridas en Roma. Deseo dar las gracias en particular a muchos párrocos romanos y responsables de varias realidades estudiantiles que me han invitado a tener encuentros o testimonios. Doy gracias a Dios por cuantos han abierto su corazón. Pero que esté aún más abierto y sea aún más valiente. Que la mente esté abierta a entender, el alma a amar, la voluntad a decir «sí» a la llamada. Abiertos también cuando el Señor nos guía por senderos de dolor y nos hace saborear más la estepa que las briznas de hierba. El dolor vivido con abandono y la estepa atravesada con amor se convierte en cátedra de sabiduría, fuente de riqueza, seno de fecundidad. Estaremos en contacto. Unidos en la oración los saludo con afecto...”

Estas palabras del padre Andrea Santoro, escritas a sus amigos de Roma el 22 enero de 2006, parecían preanunciar su muerte, que sobrevendría unos días después, mientras rezaba arrodillado en su iglesia de Santa María de Kilsesi, en la localidad de Trabzon, junto al mar Negro. Aproximadamente a las 15:30 horas, luego de haber celebrado la misa dominical, recibió dos disparos fulminantes. Según testigos de los hechos (una colaboradora y un feligrés) alguien le disparó gritando “Alá Akbar” (Dios es Grande). Dos días después, la policía atrapó a Ouzan Akdil, un joven de 16 años, quien reconoció haber actuado movido por la rabia que le produjo la publicación en la prensa occidental de las caricaturas de Mahoma. Aunque las autoridades turcas no descartan otros móviles, se supo que el joven podría estar vinculado a los “Lobos grises”, el grupo radical islámico al que pertenecía Alí Agca, quien atentó contra el difunto Juan Pablo II en 1981.
El padre Andrea Santoro tenía sesenta años (treinta y cinco como sacerdote), residía en Turquía desde el año 2000 como misionero enviado por la diócesis de Roma y trabajaba en el diálogo interreligioso. Aquel domingo 5 de febrero, el calendario litúrgico mandaba leer el evangelio de Marcos (Mc. 1,29-39), que menciona aquellas palabras de Jesús que el padre Andrea había hecho carne: “Vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, a predicar también allí, pues para eso he salido”.

El testimonio de este nuevo mártir debiera servirnos como reflexión a todos, para que el preanunciado choque de las civilizaciones del que hablara Samuel P. Huntington hace ya varios años, Inshalá (“Si Dios quiere”) no nos termine arrastrando a un callejón sin salida.
El Papa Bendicto XVI, quien tiene planeado este año un viaje a Turquía, refiriéndose a la muerte del padre Andrea, dijo: “que la sangre derramada sea semilla de esperanza para construir una auténtica fraternidad entre los pueblos”. Nos unimos a esa oración.

martes, marzo 21, 2006

"Los mártires de Argelia"

Como lo señalo en mi libro “Los mártires de Argelia”, cuando me enteré por boca de Dom Bernardo Olivera, Abad General de la Orden, del asesinato de los siete monjes trapenses ocurrido en Argelia en 1996, el hecho me conmovió. ¿Por qué? Simplemente por el hecho de que hubiese cristianos, en las postrimerías del siglo XX, que estuvieran entregando su vida por Cristo y por el Evangelio (más allá de que provinieran de una Orden religiosa con la que yo estaba tan ligado afectivamente, por mi cariño hacia Bernardo y a la comunidad argentina de Nuestra Señora de los Ángeles).
En una palabra, me impactó el hecho de saber que existía gente comprometida que amaba a Dios hasta el extremo de dar su vida por el amado, mientras por otro lado, tantos católicos huían de la Iglesia porque parecía que el fuego del Espíritu se había apagado. Pero los trapenses recorrían el camino de la entrega mediante un testimonio muy particular. Habían sido advertidos por las autoridades oficiales de Argelia (que era peligroso permanecer en el monasterio de Tiribine), por la Orden a través del propio Dom Bernardo (quien los había autorizado dejar el monasterio cuando lo consideraran necesario) y hasta por los propios fundamentalistas (a través de un comunicado dado a conocer públicamente pidiendo a todos los extranjeros que salieran de Argelia). Sin embargo, ellos optaron por quedarse y correr los riesgos. ¿Por qué? Por múltiples razones, entre las que podrían destacarse: el voto de estabilidad (permanecer en el monasterio hasta la muerte, aunque tuvieran la dispensa), continuar dando testimonio de la presencia de Cristo en el lugar (una colina de los montes Atlas, donde las campanas iban marcando la liturgia de las horas), la relación con la comunidad musulmana de los alrededores (que no eran fundamentalistas y algunos de los cuales trabajaban en el monasterio), el apostolado interreligioso que irradiaban (a través de los grupos de diálogo) y el amor por Argelia (donde los cristianos son una pequeña minoría y, justamente, el hecho de ser minoría ahonda el misterio de la evangelización). En mi modesta opinión, todo se resumiría en decir que se quedaron por amor a Dios y al prójimo (que en esta caso, eran los próximos).
Cuando comencé a realizar la investigación (en base al material que me suministraba Dom Bernardo) una de las cosas que más me impactó, fue aquella frase que acompañaba el escudo del monasterio: “Todo terminará bien, ¡aleluya!”. Frase de la mística inglesa Juliana de Norwick, que los monjes fundadores de Tiribine habían escogido. Racionalmente, encerraba una contradicción, ya que la mayoría de sus ocupantes terminarían degollados. Sin embargo, leída con ojos contemplativos, es decir, con ojos humanos pero en frecuencia o mirada divina, encerraban una gran verdad... Todo terminaría y terminó bien. Dieron testimonio hasta entregar la propia vida y el Padre, por ese gran amor donado, los habrá ensalzado revelándoseles cara a cara.
El testamento del abad de Tiribine, Christian de Chergé, anticipa algo en sintonía con esta mirada contemplativa, cuando refiriéndose al posible enemigo que le llegara a quitar la vida (fue escrito antes de que ocurrieran los hechos) se refiere al encuentro en el paraíso y la contemplación del otro en el rostro de Dios. Dicho testamento espiritual del padre Christian no tiene desperdicio y debería servir de elemento catequístico a la hora de hablar del perdón humano, en tiempos en los que la pastoral sobre la reconciliación y la misericordia resulta fundamental. Si a ello, le sumáramos la lectura del diario del hermano Christophe (verdadero proceso de abandono en la voluntad divina), contaríamos con material importante para ligar la capacidad de perdón con la de donación y entrega a Dios. Prueba de ello, unos versos de Christophe: “La llama se ha inclinado, la luz se ha ladeado... Puedo morir y heme aquí”.
Acá les comparto el Testamento de Dom Christián de Chergé (para más información remitirse a mi libro: “Los mártires de Argelia – Ediciones Paulinas, Buenos Aires, Argentina).

TESTAMENTO DE DOM CHRISTIAN DE CHERGE
(Abierto el Domingo de Pentecostés de 1996)


Cuando un A-Dios se vislumbra…..

Si me sucediera un día -y ese día podría ser hoy-
ser víctima del terrorismo que parece querer abarcar en este momento
a todos los extranjeros que viven en Argelia,
yo quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia,
recuerden que mi vida estaba ENTREGADA a Dios y a este país.
Que ellos acepten que el Unico Maestro de toda vida
no podría permanecer ajeno a esta partida brutal.
Que recen por mí.
¿Cómo podría yo ser hallado digno de tal ofrenda?
Que sepan asociar esta muerte a tantas otras tan violentas
y abandonadas en la indiferencia del anonimato.
Mi vida no tiene más valor que otra vida.
Tampoco tiene menos.
En todo caso, no tiene la inocencia de la infancia.
He vivido bastante como para saberme cómplice del mal
que parece, desgraciadamente, prevalecer en el mundo,
inclusive del que podría golpearme ciegamente.
Desearía, llegado el momento, tener ese instante de lucidez
que me permita pedir el perdón de Dios
y el de mis hermanos los hombres,
y perdonar, al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiera herido.
Yo no podría desear una muerte semejante.
Me parece importante proclamarlo.

En efecto, no veo cómo podría alegrarme
que este pueblo al que yo amo sea acusado, sin distinción, de mi asesinato.
Sería pagar muy caro lo que se llamará, quizás, la “gracia del martirio”
debérsela a un argelino, quienquiera que sea,
sobre todo si él dice actuar en fidelidad a lo que él cree ser el Islam.
Conozco el desprecio con que se ha podido rodear a los argelinos tomados globalmente.
Conozco también las caricaturas del Islam fomentadas por un cierto islamismo.
Es demasiado fácil creerse con la conciencia tranquila,
identificando este camino religioso con los integrismos de sus extremistas.
Argelia y el Islam, para mi son otra cosa, es un cuerpo y un alma.
Lo he proclamado bastante, creo, conociendo bien todo lo que de ellos he recibido,
encontrando muy a menudo en ellos el hilo conductor del Evangelio
que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi primerísima Iglesia,
precisamente en Argelia y, ya desde entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes.
Mi muerte, evidentemente, parecerá dar la razón
a los que me han tratado, a la ligera, de ingenuo o de idealista:
“¡qué diga ahora lo que piensa de esto!”
Pero estos tienen que saber que por fin será liberada mi más punzante curiosidad.
Entonces podré, si Dios así lo quiere,
hundir mi mirada en la del Padre
para contemplar con El a Sus hijos del Islam
tal como El los ve, enteramente iluminados por la gloria de Cristo,
frutos de Su Pasión, inundados por el Don del Espíritu,
cuyo gozo secreto será siempre, el de establecer la comunión
y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias.
Por esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos,
doy gracias a Dios que parece haberla querido enteramente
para este GOZO, contra y a pesar de todo.

En este GRACIAS en el que está todo dicho, de ahora en más, sobre mi vida,
yo los incluyo, por supuesto, amigos de ayer y de hoy
y a vosotros, oh amigos de aquí,
junto a mi madre y mi padre, mis hermanas y hermanos y los suyos,
¡el céntuplo concedido, como fue prometido!
Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías.
Sí, para ti también quiero este GRACIAS, y este “A-DIOS” en cuyo rostro te contemplo.
Y que nos sea concedido reencontrarnos, ladrones bienaventurados,
en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío. ¡AMEN!

Argel, 1 de Diciembre de 1993
Tibhirine, 1 de Enero de 1994
Christian de Chergé.

viernes, marzo 17, 2006

"Las Apariciones de la Virgen"

Me referiré a tres destacadas Apariciones de la Virgen de los últimos ciento cincuenta años: Lourdes, Fátima y Medjugorje, sin menoscabar a las otras, mucho menos a la de Guadalupe, porque María ha dicho a una de las videntes de Medjugorje que ella se aparece en Bosnia pero que vive en México (en la tilma del indio Juan Diego recientemente canonizado por el Papa).
Lo primero será ubicarnos brevemente en el plano doctrinal (en base a extractos del documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe respecto a Fátima), para pasar luego al contexto en el que tuvieron lugar, la forma en que se presentó la Madre de Dios, sus mensajes y los mensajeros. Finalmente, intentaré hallar algunos rasgos comunes entre ellas.
Dos de estas apariciones (Lourdes y Fátima) han sido reconocidas oficialmente por la Iglesia. En el caso de Medjugorje, las mismas están en estudio y la Iglesia no se ha expedido definitivamente aunque no prohíbe las peregrinaciones privadas al Santuario. Al respecto, cabe destacar la reciente bendición apostólica enviada al padre Jozo, uno de los franciscanos que con más ahínco ha propagado la devoción a la Reina de la Paz.
La doctrina de la Iglesia distingue entre la «revelación pública» y las «revelaciones privadas». Entre estas dos realidades hay una diferencia, no sólo de grado, sino de esencia. El término «revelación pública» designa la acción reveladora de Dios destinada a toda la humanidad, que ha encontrado su expresión literaria en el Antiguo y Nuevo Testamento. Se llama «revelación» porque en ella Dios se ha dado a conocer progresivamente a los hombres, hasta hacerse él mismo hombre. En Cristo, Dios ha dicho todo, es decir, se ha manifestado así mismo y, por lo tanto, la revelación ha concluido con la realización del misterio de Cristo.
El hecho de que la única revelación de Dios haya concluido con Cristo y en el testimonio sobre Él recogido en los libros del Nuevo Testamento, no significa que la Iglesia ahora sólo pueda mirar al pasado y esté así condenada a una estéril repetición. El Catecismo de la Iglesia Católica dice a este respecto: «Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos». En este contexto es posible entender correctamente el concepto de «revelación privada», que se refiere a todas las visiones y revelaciones que tienen lugar posteriormente. El Catecismo de la Iglesia Católica, agrega: «A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas “privadas”, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia... Su función no es la de “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia ».
La revelación pública exige nuestra fe; porque en ella, a través de palabras humanas y de la mediación de la comunidad viviente de la Iglesia, Dios mismo nos habla. La revelación privada es una ayuda para la fe, y se manifiesta como creíble si remite a la única revelación pública. Por lo tanto, podemos o no creer en ellas.
San Pablo, en la Primera Carta a los Tesalonicenses, nos dice: «No apaguen el Espíritu, no desprecien las profecías; examinen cada cosa y quédense con lo que es bueno ». En todas las épocas se le ha dado a la Iglesia el carisma de la profecía, que debe ser examinado, pero que tampoco puede ser despreciado. A este respecto, es necesario tener presente que la profecía en el sentido de la Biblia no quiere decir predecir el futuro, sino explicar la voluntad de Dios para el presente. El que predice el futuro se encuentra con la curiosidad de la razón, que desea apartar el velo del porvenir; en cambio, el profeta ayuda a la ceguera de la voluntad y del pensamiento y aclara la voluntad de Dios como exigencia e indicación para el presente. En este sentido, se puede relacionar el carisma de la profecía con la categoría de los «signos de los tiempos». Interpretar los signos de los tiempos a la luz de la fe significa reconocer la presencia de Cristo en todos los tiempos. En las revelaciones privadas reconocidas por la Iglesia se trata de esto: ayudarnos a comprender los signos de los tiempos y a encontrar la justa respuesta desde la fe ante ellos.
Las Apariciones de María, por lo tanto, no añaden nada al credo ni al Evangelio, sino que son un toque de atención para una época que tiende a olvidarlos, son como una visita profética a nuestro mundo. Dios no nos centra en lo maravilloso o extraordinario: por las apariciones nos indica que volvamos al Evangelio, que es la Palabra de su Hijo, la Palabra de Vida. La conformidad del mensaje con el Evangelio, la autenticidad de la vida del o los testigos, los frutos de santidad que salen de él o ellos para el pueblo de Dios, esos son los criterios de autenticidad de una Aparición en la Iglesia.

Pasemos ahora al contexto de las mismas, comenzando por Lourdes. Corría el año de 1858 en este pueblo de 4.000 habitantes recostado sobre los Pirineos, que se destacaba por su industria molinera de trigo. La iglesia en Francia vivía momentos difíciles debido a los movimientos anticlericales. Los hechos de Lourdes venían a completar las Apariciones de María a Catalina Labouré (1830) en la rue du Bac de París y la devoción a la medalla milagrosa, con aquella frase: “Oh, María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos”.
Bernardita Soubirous es la mayor de cinco hermanos. De familia humilde, caída en la desgracia económica, a tal punto que viven todos en una sola habitación de 16 metros cedida a regañadientes por un primo paterno, a la que llaman el “calabozo”. Tenía catorce años cuando se producen las apariciones. No sabía ni leer, ni escribir. Padecía de asma. Y aunque tenía formación religiosa, todavía no había hecho su primera comunión. A los 22 años ingresa al convento de las Hermanas de la Caridad de Nevers. Muere a los 35 años. Sus restos permanecen intactos.
Un 11 de febrero de 1858, sale a buscar leña con su hermana y una amiga de esta. Deciden cruzar el canal que alimentaba de agua al molino de un tal Savy, para ir hacia el bosque. Bernardita se detiene a quitarse las medias, con el río Gave a su derecha y la “gruta de Masabielle” a la izquierda, transponiendo el canalito. Según relata: “Oí un rumor de viento como cuando hay tormenta”. Sin embargo sólo se movían las ramas junto a la gruta.
María se presenta de la siguiente manera, según el relato de Bernardita: “ella llevaba un traje blanco que le llegaba hasta los pies. El vestido iba cerrado alrededor del cuello con un pliegue dorado del que colgaba un cordón blanco. Un velo blanco le cubría la cabeza y caía a lo largo de los hombros y los brazos hasta el bajo del vestido. vi. una rosa amarilla encima de cada pie. El cinturón del vestido era azul y le caía hasta las rodillas. La cadena del rosario era amarilla; las cuentas blancas, grandes y bastante separadas unas de otras”. Según dijera Bernardita, la joven era más o menos de su estatura (un metro cuarenta), portaba el rosario en la mano derecha, y estaba rodeada de luz. Además, aparecía sobre una zarza.
Son dieciocho las Apariciones de María, entre el 11 de febrero y el 16 de julio. En la mayoría de ellas, no se produce diálogo alguno o al menos es lo que refiere Bernardita. Bernardita siempre cae de rodillas con el rosario en la mano y comienza a rezar hasta entrar en estado de éxtasis. Recién en la tercera Aparición, María le habla y le pide si puede venir durante 15 días a la gruta. En su novena Aparición (24 de febrero), pide: “Penitencia. Penitencia”. “Ruega a Dios por los pecadores”. “Ve a besar la tierra en penitencia por los pecadores” (¿Será este gesto el que repite el Papa al besar la tierra cuando llega de viaje a un país?). Al día siguiente le pide que vaya a beber a la fuente y se la ve la cara. (La fuente no existía, pero Bernardita descubre el manantial arañando la tierra bajo una roca). El día 27, le pide que vaya a decirle al párroco que tiene que construir allí una capilla y venir en procesión (el párroco pedirá un signo). El 4 de marzo se juntan más de 10.000 personas en la gruta y se producen las primeras curaciones con las aguas del manantial. El 25 de marzo, Fiesta de la Anunciación de la Virgen, la Virgen manifestará lo central de su mensaje en Lourdes, al presentarse diciendo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Esto es notable, ya que cuatro años antes, el Papa Pío IX había proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción de María. Bernardita no tenía la menor idea de ello ya que era escasa su formación.

Veamos lo que ocurrió en Fátima. Corría el año de 1917. Estamos en plena guerra mundial. Hace pocos meses, los Estados Unidos ingresaron en el conflicto y Portugal acaba de enviar sus primeras tropas al frente para luchar del lado de los aliados. Lenín ha vuelto a Rusia después de producida la revolución y la caída del Zar.
Fátima (que debe su nombre árabe a la hija de Mahoma) es una aldea de apenas 2000 habitantes entre valles y colinas. A 2km está la aldea de Aljustrel donde viven: Lucía (10 años), Jacinta (7 años) y Francisco (9 años). Sus padres son campesinos del lugar, ni pobres ni ricos. Poseen pequeñas tierras con higueras y olivos, donde cultivan el maíz y el trigo y poseen rebaños de ovejas. Los niños son primos hermanos entre sí. Lucía dos Santos y Francisco y Jacinta Marto. Lucía es la portavoz del grupo. Jacinta si bien ve y oye las respuestas de María, nunca se dirige a ella. Francisco solo la ve, pero no escucha lo que le dice a Lucía. Francisco y Jacinta mueren a los pocos años de las apariciones debido a distintas enfermedades (a los 2 y 3 años). Ambos son beatificados por su Santidad Juan Pablo II, en 1989. Sus restos descansan en el Santuario. Lucía toma primero el hábito de Santa Dorotea y luego ingresa en el convento de las hermanas carmelitas de Coimbra. Aún vive.
El 13 de mayo después de la misa, los niños van a pastorear los corderos de ambas familias a un lugar llamado la Cova de Iria (el valle de Irene). Al mediodía, después de comer y mientras rezan el Rosario, sienten un primer relámpago y luego un segundo, que los llena de temor. Se dan vuelta y ven la figura luminosa de una Señora posada sobre una encima de metro y medio de altura.
Según la describiera Lucía, la Señora del resplandor representa unos dieciocho años de edad. Resplandece su rostro, rodeado de un círculo de luz brillante. Sonríe amablemente pero con aire de tristeza. Lleva un vestido blanco brillante, bordeado de un galón dorado que se cierra en el cuello. Encima, un manto blanco también rematado de oro le cubre la cabeza y baja hasta los pies desnudos, separados de la parte superior de la encina por una nubecilla blanca.
En esa primera Aparición ante las preguntas de Lucía, responde: No tengan miedo. Soy del cielo. Les pido que vengan aquí seis veces seguidas, a esta hora, el día 13 de cada mes. En octubre les diré quién soy y que quiero. Les pide que recen el Rosario todos los días para lograr la paz del mundo y el fin de la guerra. La segunda vez (acompañados por 60 personas), se les vuelve a aparecer precedida por el relámpago. Les pide que recen el Rosario y aprendan a leer. La tercera Aparición tiene lugar el 13 de julio. Ya son 5.000 personas las que los acompañan. Les vuelven a pedir que recen el Rosario para obtener la paz del mundo y el fin de la guerra. Reciben el llamado “Secreto de Fátima” y tienen la visión del infierno. En la primera y segunda parte del secreto anuncia la Segunda Guerra y les pide que Rusia sea consagrada a su corazón (esto según las revelaciones tardías de Lucía, conocidas como Fátima II). La tercera parte del secreto fue revelada hace unos años y predecía el futuro atentado a Juan Pablo II, en mayo de 1981 (según reconoce el Papa, fue la Virgen de Fátima la que le salvó la vida). El 13 de agosto se habían juntado 20.000 personas esperando la Aparición pero los niños son detenidos por las autoridades. El sol se ensombreció y muchos pudieron verlo. Al domingo siguiente de ser liberados (19 de agosto) los niños, esta vez solos, vuelven a verla. Insiste en que recen el Rosario y en el milagro que se producirá con la última Aparición. Con el dinero que se ha juntado les pide que construyan dos andas para la procesión el día de Nuestra Señora del Rosario. El 13 de septiembre son 35.000 personas las que los acompañan y cuando la Virgen se aleja algunos ven un óvalo luminoso. Lucía le habla de construir una capilla. La Virgen sigue pidiendo el rezo del Rosario. Por fin, el 13 de octubre tiene lugar la última Aparición. Hay más de 70.000.- personas congregadas pese al frío y a la lluvia. Los tres niños caen en éxtasis cuando se presenta María. Les dice. Soy Nuestra Señora del Rosario. Deseo que se construya una capilla en mi honor y que se siga rezando el Rosario todos los días. La guerra ya llega a su fin. Es preciso que los hombres se enmienden, que pidan perdón por sus pecados. María se eleva abriendo las manos que reflejan la luz del sol que aparece entre las nubes. Miles ven al sol girando. Lucía ve a José con el niño en brazos (tal como ella le había prometido), a Jesús adulto y a María en el medio vestida de blanco pero con el manto azul-celeste.

Por último, pasemos a Medjugorje (que quiere decir “entre las montañas”). Corre el año de 1981 en esta aldea de apenas 3.000 habitantes, ubicada en una zona montañosa de Bosnia-Hercegovina, en aquel momento formando parte de Yugoslavia. El régimen comunista instalado por Tito impera en la zona, con la particularidad de que permitían el culto religioso dentro de los templos (dicen que porque la madre de Tito, siendo croata, era una ferviente católica). Diez años después vendrá la caída del régimen y la disolución de la antigua República, no sin antes pasar por tremendas guerras. Eslovenia, Croacia y Macedonia declaran su independencia en 1991 y Bosnia-Hercegovina lo hará en 1992, cayendo en la guerra civil que se extenderá hasta el verano de 1995.
En este caso, serán seis jóvenes de entre 10 y diecisiete años, los que verán a la Virgen. Vicka (la mayor), Ivanka, Mirjana, Iván, Marija y Jacov (el menor). Todos hijos de sencillos campesinos que cultivan el tabaco y la vid y poseían algún rebaño de ovejas. Niños formados en la vieja religiosidad católica extendida por los franciscanos en la zona, que el régimen combatía en las escuelas. El signo particular, es que los seis videntes a partir del 24 de junio de 1981 verán a la Virgen todos los días hasta recibir los diez secretos. Hoy en día, tres de ellos reciben diariamente la visita de la Virgen (Vicka, Iván y Marija, esta última actúa como portavoz de los mensajes mensuales). Y ya han pasado más de 20 años. Los otros tres (Mirjana, Ivanka y Jacov) la ven una vez al año ya que ya han recibido dichos secretos. Secretos que, según los videntes, serán revelados cuando María lo indique pero que han entregado a sus confesores. A diferencia de las videntes de Lourdes y Fátima (me refiero a Lucía), los de Medjugorje no han tomado hábito religioso alguno y todos están casados y con hijos. Vicka se casó hace dos años y está embarazada.
La primera Aparición tiene lugar el 24 de junio en una de las colinas del monte Podbrdo (conocido como el monte de las Apariciones). Mirjana e Ivanka están pastoreando en horas de la tarde el rebaño familiar. Ven una figura luminosa como elevada en la colina. Ivanka le dice a su amiga: “Mira, la Gospa” (como dicen en croata a la Madre de Dios). A lo que su amiga no le presta atención. Pero rato después volverán al lugar con los otros chicos y nuevamente la ven. Vicka dirá que vestía un atuendo gris, con velo blanco sobre el cabello oscuro, que llevaba un niño en sus brazos.
Al día siguiente, 25 de junio tendrán el primer contacto con ella (por tal motivo se celebra este día como el de las Apariciones). María en el mismo lugar, esta vez sin el niño Jesús en brazos, luego de tres resplandores de luz, se les aparece y responde alguna pregunta sobre la madre de Ivanka recién fallecida. Ese día una gran luz del cielo descendió sobre Mejdugorje que todo el pueblo pudo ver. Al tercer día les dará su primer mensaje: “Deseo estar con ustedes para reconciliar y convertir al mundo entero”. Y le dirá a Marija en forma particular: “¡Paz, paz, paz y sólo paz! ¡Debe reinar la paz entre el hombre y Dios y entre los hombres!”. Los niños comienzan a ser perseguidos por la policía, porque no están permitidas las aglomeraciones en lugares públicos. No obstante, se calcula que para el 28 de junio ya son quince mil las personas que van al monte. María les dice a los videntes: “¡No teman nada! ¡Que la gente ore y crea y no tenga temor a nada! ¡Yo soy la Reina de la Paz y he venido a traer la paz! Finalmente los jóvenes le pedirán a la Virgen que se les aparezca dentro de la iglesia de Santiago Apóstol, de la que es párroco el padre Jozo (al principio éste duda de los relatos de los niños, pero la Madre de Dios también se le aparece y protege a los niños, por lo que sufrirá cárcel y torturas).
Dado el tenor y la extensa duración de estas Apariciones, es difícil resumir el contenido de los mensajes pero trataré de hacerlo. Hay tres etapas bien marcadas. Primero, son mensajes personales, para la formación de los jóvenes. A partir de marzo de 1984, comienzan los mensajes semanales para la parroquia (es decir para todo el pueblo) transmitidos por Marija. A partir de enero de 1987, los mensuales para todo el mundo, el día 25 de cada mes (fecha similar a la de San Nicolás). Esto no quiere decir que no reciban mensajes diarios, pero el grupo de común acuerdo ha optado por esta vía.
Las cuatro líneas de mensajes que más me impactaron, serían las siguientes:
1- La invitación a la conversión y el cambio de vida mediante cinco instrumentos: El Rosario, la Eucaristía, la Lectura Bíblica, el Ayuno y la Confesión.
2- El llamado a abrir nuestro corazón. “Abran el corazón”. "Abran el corazón como se abren las flores a la primavera. Si abren su corazón y oran, podrán ocurrir milagros".
3- El llamado a la paz. La GOSPA le dice a Marija el tercer día: "Paz. Paz. Paz. Debe reinar la paz entre el hombre y Dios y entre los hombres". Me llama la atención esto de la paz entre el hombre y Dios. El hombre pareciera estar en conflicto con Dios y por ende lo está con los hombres. María les dice: "No puede haber paz en e mundo si no la hay en sus corazones". La paz de la que habla María, no es la paz de la ausencia de conflictos que muchas veces son inevitables, sino aquella que sólo Dios nos puede dar. Orar para alcanzar la paz interior y que el Señor entre en nuestro corazón. Abandonar la lucha y entregarnos a la voluntad de Dios.
4- La demostración del amor de Dios a través de María. "Si supieran cuanto los amo, llorarían de alegría". Relación con el mensaje de Guadalupe: ¿NO ESTOY YO AQUÍ QUE SOY TU MADRE? ¿NO ESTÁS BAJO MI SOMBRA Y RESGUARDO? ¿NO SOY YO LA FUENTE DE TU ALEGRÍA? ¿NO ESTÁS EN EL HUECO DE MI MANTO, BAJO EL CRUCE DE MIS BARZOS? ¿TIENES NECESIDAD DE ALGUNA OTRA COSA? QUE NINGUNA OTRA COSA TE AFLIJA, TE PERTURBE.

Veamos ahora si podemos encontrar relaciones entre estas Apariciones.

Primero: LA VIRGEN SE PRESENTA DE ALGUNA FORMA PARTICULAR, dando origen o renovando alguna advocación. En Lourdes, le dice a Bernardita: SOY LA INMACULADA CONCEPCIÓN. En Fátima, a Jacinta, Francisco y Lucía: SOY NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO. En Medjugore: SOY LA REINA DE LA PAZ. Distintas formas de presentarse: Inmaculada, Señora, Reina.

Segundo: HAY UNA PARTICULAR ELECCIÓN DE MENSAJEROS O VIDENTES. Lo hace en el primer caso a una niña de 14 años, de un hogar humilde que atraviesa problemas económicos. En Fátima a tres niños de 10, 9 y 7 años, pastorcitos, hijos de campesinos. En Medjugorje a 6 jóvenes, entre 10 y 17 años, también hijos de campesinos. Es una selección creciente de mensajeros (uno, tres, seis) como si cada vez fueran necesarios más testigos para que creamos. Además, la elección recae en niños, que provienen de hogares sencillos. (YO TE ALABO PADRE PORQUE HAS OCULTADO ESTAS COSAS A LOS SABIOS Y PRUDENTES Y SE LAS HAS REVELADO A LOS HUMILDES).

Tercero: EL MARCO DE LA APARICIÓN. En Lourdes precedida por un intenso viento. En Fátima por relámpagos y en algún caso, dejando perfumes. En Medjugorje por resplandores de luz intensa. ESTOS EFECTOS SOBRENATURALES REFUERZAN EL ACONTECIMIENTO.

Cuarto: EL CONTEXTO EN EL QUE SE PRODUCEN. En Lourdes, en un momento en que en Francia surgen fuertes movimientos anticlericales y el dogma de la Inmaculada Concepción es resistido. En Fátima, durante la Primera Guerra Mundial. En Medjugorje, bajo un régimen comunista y en la antesala de una tremenda Guerra Civil. Es decir, EN CONTEXTOS CONFLICTIVOS.

Quinto: DEJA ALGÚN SIGNO VISIBLE. En Lourdes, el manantial que brota dentro de la gruta, debajo de la roca, cuando Bernardita araña la tierra. En Fátima el sol que gira y ven miles de personas. En Medjugorje, la palabra MIR (Paz) escrita en el cielo y el sol que gira y han visto miles de peregrinos. PARECIERA QUE ESTOS SIGNOS SE PRODUCEN PARA QUE OTROS (ADEMÁS DE LOS VIDENTES) VEAN ALGO.

Sexto: LA FORMA EN QUE SE PRESENTA. En Lourdes se Aparece en una gruta, a cierta altura del suelo, sobre una zarza, vestida de blanco, iluminada, con un rosario en la mano y una rosa amarilla encima de cada pie. En Fátima aparece revestida de luz, suspendida en el cielo sobre una encina en la Cova de Ira, lleva también el manto y la túnica blancas. En Medjugorje se aparece sobre un cerro del monte Podboro, también revestida de luz, a cierta altura del suelo, vestida de gris con velo blanco, cargando al niño en brazos el primer día y luego con el rosario. El velo blanco y la luz son un común denominador. María se presenta revestida de la gloria que ha alcanzado al ser ASUNTA EN CUERPO Y ALMA A LOS CIELOS.

Séptimo: HAY UN MENSAJE CENTRAL. En Lourdes, rezar el Rosario, hacer penitencia y creer en su Inmaculada Concepción. En Fátima rezar el Rosario, convertirse y hacer penitencia por la paz del mundo y el fin de la guerra. En Medjugorje también invita a la conversión, el rezo del rosario y la penitencia para alcanzar la paz interior y la del mundo. EL ROSARIO ES UN COMÚN DENOMINADOR.

Octavo: LOS FRUTOS DE LAS APARICIONES. En primer lugar la universalidad de los santuarios: acuden peregrinos de todas partes del mundo. En segundo lugar su arraigo popular: son millones los peregrinos que acuden a estos Santuarios todos los años. Por último, las gracias concedidas, tanto espirituales como materiales: curaciones, conversiones, renovación espiritual, etc...
Y ustedes podrán encontrar muchas más relaciones.

Presentación, elección, marco, contexto, signos, forma, mensaje. Algo común en las Apariciones de María quien si bien aparece suspendida en el aire, a cierta distancia del suelo, viene hacia nosotros, se acerca para invitarnos a la conversión de vida y llevarnos hasta su Hijo Jesucristo, apoyados en la oración. Porque siempre hace mención a la oración. El Rosario es central en esto. Y en Medjugorje especialmente: OREN CON EL CORAZÓN. SIN ORACIÓN NO HAY PAZ. SEAN PERSEVERANTES EN LA ORACIÓN. NO PUEDEN ABRIRSE A DIOS SI NO ORAN. OREN PARA TENER UNA FE FIRME. OREN PARA QUE DE SUS CORAZONES FLUYA UNA FUENTE DEE AMOR HACIA CADA HERMANO, TANTO EL QUE LOS ODIA, COMO EL QUE LOS DESPRECIA. A TRAVÉS DE LA ORACIÓN CREZCAN DÍA A DÍA EN LA INTIMIDAD CON DIOS. Y SOLAMENTE ENTONCES CUANDO ABRAN SUS CORAZONES Y OREN, PODRÁN OCURRIR MILAGROS.




"Un viaje a la esperanza"


Madagascar es una isla (la cuarta en tamaño del mundo), que se encuentra recostada sobre la costa oriental africana, en el Océano Índico, a unos cuatrocientos kilómetros frente a Mozam-bique. Esta ex colonia francesa, que alcanzó su independencia en 1960, tiene una población de diecisiete millones de habitantes, caracterizados por una extraña mezcla asiática y africana. Ubicado entre los veinte países más pobres del mundo, tiene un ingreso per cápita por debajo de los doscientos cuarenta dólares anuales, el cincuenta por ciento de los niños están mal nutridos, la mortalidad infantil trepa al ciento treinta y seis por mil, y el cincuenta y tres por ciento de la población tiene problemas de acceso al agua potable. Cifras que hablan por sí solas del nivel de marginalidad y pobreza que reina en la Grand Ilhe, según la bautizaron los franceses. Con una población rural todavía mayoritaria, Antananarivo, su capital, concentra casi el treinta por ciento de la población del país. La isla, más allá de la belleza de sus playas que atraen turistas de diversas partes del mundo, está sacudida por frecuentes ciclones, carece de recursos energéticos y sufre los problemas generados por la deforestación y la escasa fertilidad de la tierra, acompañados de un régimen de lluvias muy dispar entre las costas y el gran altiplano central. Su balanza comercial es históricamente deficitaria y depende de la ayuda internacional.

El misionero de la Congregación de San Vicente de Paul, Pedro Pablo Opeka, en 1970, con tan sólo veintidós años de edad, llegó por primera vez a la isla. Este sacerdote argentino, hijo de eslovenos (que emigraron a nuestro país luego de la segunda guerra mundial), comenzó así una historia de vida consagrada a los pobres y desposeídos que se extendería por más de treinta años de estancia en Madagascar. Luego de dos años de misión en el sur de la isla, viajó a Europa para completar sus estudios teológicos y en 1975 fue ordenado sacerdote en la Basílica de Luján, para retornar definitivamente a Madagascar en 1975 y hacerse cargo de la parroquia de la Misión de Vagaindrano en la selva oriental del sur de la isla.
Desde muy chico aprendió el oficio de albañil de su padre y durante los quince años que pasó en aquél perdido lugar del mundo no sólo se ocupó de la formación de cientos de grupos de jóvenes (tanto en la espiritualidad como en el deporte, ya que Pedro era un eximio jugador de fútbol), sino que construyó escuelas, dispensarios y hasta una iglesia. Acostumbrado a vivir y comer con la gente humilde y necesitada, y debido al carácter inhóspito del lugar, contrajo diversas enfermedades estomacales y, finalmente, el paludismo. En 1989, con su salud quebrantada, fue elegido para hacerse cargo del seminario de los padres lazaristas en Antananarivo. El primer impacto que le produjo la capital fue la miseria circundante: gente viviendo en las calles y en los basurales de los suburbios en condiciones infrahumanas, donde los niños peleaban con los cerdos por un trozo de comida. Fue en ese momento que el padre Pedro se dijo: “tengo que hacer algo, esta gente no puede vivir así, Dios no lo quiere, son los hombres los que lo permiten, sobre todo los políticos que no cumplen lo que prometen”.

Así, según me diría el padre Opeka, “cuando más débil me sentía, actuó más fuerte la Providencia”. Una mañana, a mediados de 1989, Pedro se subió a su moto y partió rumbo a las colinas de Ambohimahitsy, donde la gente vivía en casas de cartón próximos al basurero municipal, en un estado que describiría como de un verdadero “infierno”. La violencia, prostitución, el consumo de drogas y el alcoholismo, eran moneda corriente para aquella gente que repartía su vida entre los vicios, la mendicidad y el cirujeo en los basurales. “Un hombre me hizo pasar a su casucha de cartón de un metro veinte de altura”. Allí dentro, frente a un pequeño grupo, Pedro les dijo: “Si están dispuestos a trabajar, yo los voy a ayudar”. Palabras que marcaron desde el comienzo la filosofía de su obra, centrada en el trabajo y la educación. Y la gente aceptó la propuesta, dando comienzo “una historia de amor o aventura divina”, como la define el padre Opeka.

Con la colaboración de un grupo de jóvenes universitarios (muchos de los cuales él mismo había formado en su parroquia del sur de la isla), nació la Asociación Humanitaria Akamasoa (que en lengua malgache significa: “Los buenos amigos”) con el objetivo de servir a los demás, especialmente a los marginados y excluidos. Pedro consiguió tierras fiscales a sesenta kilómetros de la capital y ayuda económica de las amistades que había forjado en sus años de estudio en Francia (sobre todo de Gilbert Mitterand y su madre Danielle, por entonces primera dama y presidenta de Frances Liberté) para comprar materiales, alimentos, herramientas y semillas. Un grupo de las familias que vivían en las colinas fue trasladado al campo para iniciar una nueva vida, naciendo así el primer pueblo de la Asociación, al que llamaron: “Don del creador”. Con las restantes familias que permanecían en las colinas de los suburbios de la capital, iniciaron la construcción del segundo pueblo, llamado Manantenasoa (“Lugar de Esperanza”), comenzando a explotar una cantera y a levantar viviendas dignas para la gente.

Hoy, luego de catorce años de intenso esfuerzo, los números reflejan los resultados obtenidos. Cerca de diecisiete mil personas viven en los cinco pueblos de la Asociación. Ocho mil quinientos chicos asisten a las escuelas. Tres mil quinientas personas trabajan en las distintas actividades de Akamasoa que van desde la explotación de canteras, fabricación de muebles y artesanías, hasta la prestación de los servicios comunitarios: educación, salud, y mantenimiento. Cada pueblo cuenta con su dispensario y acaban de inaugurar un hospital. Asimismo, más de doscientas mil personas (el 1,5% de la población del país) ha pasado por su Centro de Acogida, donde reciben ayuda temporal y son encaminados a reorientar sus vidas.

A mediados de 2004, viajé al lugar para escribir un libro sobre la vida del padre Opeka y la obra de Akamasoa. Había conocido a Pedro un año antes en la Argentina, cuando vino para celebrar el cumpleaños de su nonagenario padre, Luis Opeka. Su personalidad me impactó desde el primer momento, lo mismo que le ha ocurrido a quienes lo han propuesto varias veces para el “Premio Nobel de la Paz”. Pedro es un líder nato que combina valentía con dulzura, porque como dice él “ambas van de la mano”. A su condición de sacerdote misionero, agrega las de deportista, constructor y filósofo de la promoción social. “El asistencialismo, cuando se vuelve permanente (excepto en los casos de ancianidad, niñez o incapacidad) termina convirtiendo en dependiente al sujeto de la asistencia y Dios vino al mundo para hacernos libres, no esclavos”. Según Pedro, no existe una receta única para salir de la pobreza. “Se sale con el corazón y la voluntad, con el trabajo duro y el esfuerzo”.

Para él, la única forma de que los pobres y excluidos recuperen su dignidad es “a través del trabajo y la educación”. De allí que en Akamasoa todo esté centrado en ello, como pude comprobar durante mis tres semanas de estancia en el lugar. El gran secreto de esta obra humanitaria, ha sido saber canalizar los recursos recibidos de la ayuda externa (tanto de alimentos como de materiales) en obras concretas y perdurables en el tiempo: viviendas, escuelas, dispensarios, calles, terrenos deportivos. Generando, a la vez, fuentes de empleo para los habitantes de los pueblos, pero sin cerrar la comunidad, sino, por el contrario, manteniendo la misma abierta al resto de la sociedad. De allí que muchos de los habitantes de Akamasoa trabajen fuera de la Asociación y que miles de niños y enfermos venidos de afuera sean atendidos y educados por ellos.

“Lo que ocurre en muchos países en vías de desarrollo es que los recursos disponibles para la acción social son mal utilizados por el Estado”, afirma Pedro. En cambio, en Akamasoa, cada donación que ingresa tiene un destino prefijado y controlable por parte de sus benefactores. Pero para Pedro y los habitantes de Akamasoa no basta con ello, sino que se han fijado como meta llegar a la autosuficiencia económica en junio del 2006. “Cuando ya estén terminadas todas las viviendas definitivas, entonces haremos una gran fiesta”.

El objetivo está trazado y es lo que impulsa a toda la comunidad, no exenta de los problemas que a diario se les presentan, a vivir en la esperanza de lograrlo. El optimismo se basa en los resultados obtenidos hasta ahora, donde cada piedra, puerta, habitación, sala o techo, ha sido cimentada por el propio esfuerzo de los habitantes del proyecto. Pedro apuesta fundamentalmente a las nuevas generaciones nacidas y educadas en Akamasoa. A esos ocho mil quinientos chicos, algunos de los cuales ya están en la Universidad. Ellos son la mejor prueba de que salir de la pobreza es posible si al ser humano se le dan oportunidades y herramientas para lograrlo. “Prefiero que un día me echen de aquí por haberlos hecho trabajar, a que me levanten un monumento diciendo que el padre era muy bueno y nos daba todo sin exigirnos nada a cambio”.

“Todo esto es obra de la Providencia sumada al esfuerzo de la gente”, me decía el padre Opeka. Providencia a la que a diario imploran muchos de sus habitantes en las capillas diseminadas en los pueblos y a la que rinden culto en las misas dominicales que se realizan en Manantenasoa. Allí, pese a que no todos los pobladores son católicos (representan el 25% de la población del país), se congregan normalmente más de seis mil personas para dar gracias a Dios por los dones recibidos y hacen erizar de emoción la piel de cualquier visitante.

De regreso a la Argentina y ante el estado de pobreza y marginalidad que engloba a buena parte de nuestra población, vivo preguntándome si la experiencia del padre Pedro y Akamasoa serían aplicables aquí. La respuesta es sencilla: depende de nuestros dirigentes. O se utilizan los recursos disponibles para promover al hombre generando empleo y educación, o seguiremos navegando en los mares de un asistencialismo vacío que lo mantendrá en la dependencia. Para ello, la definición que me daba Pedro de la compasión humana, puede servir de referencia. “Compadecerse del otro es tenderle una mano para sacarlo de donde está”.

"Testimony of Medjugorje"



In June of 2000, I visited the Marian Sanctuary of Medjugorje (who in Croatian language means: "between mountains"), located in the Republic of Bosnia Herzegovina. Catholic village of hardly 400 inhabitants before the beginning of the Appearances of the Virgin Mary, today is a town in frank growth, visited by million of worldwide pilgrims. I wanted to know in direct form what was happening in that distant place of the ex-Yugoslavia Republic, nailed in the convulsion region of the Balkan Mountains, where one assumed that was appearing Mary since the last 19 years. I had listened of people healing, conversions, spiritual renovation, and so many things more. But a thing is to listen it and another one to live it.
The 24 of June of 1981, during the communist time, the Gospa ("Blessed Mother"), appeared to six young people of the place in a hill of the Podbrdo mount, today known as the mount of the Appearances. The young people were simple, children of farmers, and had between 10 and 17 years. The first time that they saw the luminous figure that it loaded a boy in her arms, they were scared, but they returned on the following day to the same place. Then, the woman that saw and to which they approached, appeared saying to them: "I am the Virgin Mary". The 26 of June gave them her first message: "I desire to be with you to reconcile and to convert the entire world". Soon, she said to one of the seers: " Peace, peace, peace and only peace! ¡The Peace between the man and God, and between the men must reign". Later, she would make reference to which would be transformed into her particular invocation in the place: " I am the Queen of Peace " (in Croatian, Kraljice Mira). From then, the six seers began to have daily appearances and to receive her messages, or in the hill or, once the communist authorities began to persecuted them, inside the parochial church of Santiago Apostle. They saw her in three-dimensional form, as one sees any person and established a real dialogue with her who could be extend by several minutes. At the moment of the Appearance, the seers fell in a state of supernatural ecstasy, difficult to explain for the scientists who have studied the case. Then, they could puncture them, push them, raise them, etc..., without they felt pain or annoyance some. And this can be verified still nowadays, since the seers continue having the same experiences. Three of them affirm to continue seeing the Gospa every day in the place where they are (Vicka, Ivan and Marija) and, the other three, once in the year (Mirjana, Ivanka and Jakov).
With the running of the years, the content of these messages was extending the scope of the parish and the pilgrims, to extend by the entire world. Since 1987, days 25 of each month (anniversary of the first time that She spoke to them), Marija is the official spokesman of the group. First, the Messages make a call to the conversion and the reconciliation, in other words to a radical change of life, inviting to the way of the sanctity proposed by Christ, to manage inner and outer peace and thus to be able to reach the eternal salvation. And secondly, proposes a series of concrete means to carry out it, among others: the monthly Confession, the Fasting twice in a week, the most frequent Eucharist, the Reading of the Bible, and, of course, the daily pray of the Saint Rosary. Means well-known, but somehow revitalized by the special presence of Mary in Medjugorje, inviting to a return to the value of the sacraments and the permanent pray. "Fortify your faith by the Pray and the Sacraments ", say one of the messages. The call of Mary is a direct message to the heart. " Open your heart ". " Pray with your heart ". " There is no sense if you pray for the peace of the world, if you do not have peace in your hearts ". Therefore, without and open heart, is very hard to appreciated this call of Mary in its depth or, at least, listen them. "It is not possible to explain the messages. It is during the pray as we will understand better ", says Gospa to the seers.
The Vatican, as it is logical in these cases (especially considering the extension without precedents of the Appearances and the nature of the Messages), although has not been sent formally on the individual, it is not against the private peregrinations and is well known that hundreds of worldwide Bishops, priests and religious with consecrated life, have passed by the place along with more than twenty million pilgrims of different races and creeds. Until one knows that its Sanctity John Paul II, speaking unofficially, has encouraged to many with respect to the events of Medjugorje. In spite of the bishop of the place continues being obstinate regarding the events of Medjugorje, seemed to exist a positive consensus within the Church with respect to these " private revelations " and to the sensus fidelium of the pilgrims who visit the Sanctuary.
Concerning the figure and face of the Virgin whom the seers affirm to see, have been made diverse artistic proves to reproduce she in pictures and sculptures (with greater or smaller acceptance from the referring ones). Although the image that has extended worldwide corresponds to the one of an Immaculate which it is in the parish of the Franciscan father Jozo Zovko (fervent defender of the seers, reason why was jailed and tortured by the Communists) in the locality of Tihaljina, few kilometers of Medjugorje.
Up to here, which I can say in a brief synthesis of the events, so as I analyzed them before and during my trip. It was evident that in the substantial thing, they allowed to draw up certain parallelism with other cases of Marian appearances: Guadeloupe, Lourdes, Fatima, etc... the Virgin chose simple people, preferably young and she appeared to them in retired places, first she presented herself and then give them some message or intention to be transmit to the community. " I praise you, Father, Gentleman of the sky and of the earth, because being hidden these things to the prudent wise people, and you have revealed them to the simple ones ", says Jesus Christ, confirming this type of selection of Mary. Thing which I could verify personally when I meet Vicka, or listening Ivan. The seers are simple people of the town, totally normal, that, excepting Vicka, they have formed his own family. And although today they are " famous " wherever they go, they continue giving their testimony and carrying the messages, without shows nor arrogance. Blessed by this special election, but simultaneously loading a great responsibility. " It is not easy to be every day with the Gospa and then return to the daily world ", said Ivan to us. But beyond the attraction and curiosity that could wake up the seers, this was not the important thing of Medjugorje, at least for me. Other questions left to my encounter. Why during as much time? Why in Medjugorje? What necessity of messages from Mary, if everything already has been revealed? Father Slavko Barbaric (recently passed away in the Krizevac mount), to the first question he answered to me: " Because Mary wants it ", and to the second: " Because she needs two mounts and a church for the opening of her School of Pray, and Medjugorje had them ". In a word, it said to me in a likeable way: Why not? " The important thing is not the place, but to live the message of peace and love", he added. " Of course that is question of faith and the faith comes us by the good will of God".

"El apóstol de la Misericordia"

La figura de Juan Pablo II ha sido inmensa y el tiempo irá revelando distintos aspectos de la vida y el pensamiento de este santo. Quisiera en este sentido mencionar un rasgo singular de su espiritualidad, refiriéndome a su devoción y confianza en la Divina Misericordia, fiesta celebrada a pocas horas de su muerte lo que, a mi modesto entender, no fue una casualidad.
Hace tres años, tuve la suerte de viajar a Polonia coincidiendo con la última visita que el Santo Padre realizó a su país. Quería escribir un libro sobre esta devoción y los escritos de santa María Faustina Kowalska y, paralelamente, aproveché para asistir a las misas multitudinarias que celebró en Cracovia y sus alrededores, donde todas las homilías estuvieron centradas en el gran misterio de la Misericordia de Dios. El Santo Padre, no sólo había dedicado la segunda encíclica de su pontificado a este tema (Divies in Misericordia) meditando sobre la parábola del hijo pródigo, sino que él mismo había bregado por la causa de la beatificación y posterior canonización de Faustina (la llamada “vidente del Jesús Misericordioso”). Por esa razón, durante aquellos días en los que seguí con fervor y asombro la despedida que realizaba a su tierra (el pueblo le dispensó una muestra de amor inimaginable, a tal punto que para la segunda misa se congregaron tres millones de personas), me pregunté el por qué de tal devoción en el Papa.
Una primera respuesta estaba ligada a su propia juventud, cuando comenzó a hablarse en Polonia de Faustina y sus escritos (la santa muere en 1938), en los que si bien se destacaban palabras proféticas sobre el futuro de dolor que le aguardaba a la nación, una frase surgía como baluarte de esperanza para afrontar lo que se avecinaba: “Jesús, en vos confío”. Creo que, en este sentido, la vida de Juan Pablo II estuvo apoyada sobre una confianza total en Jesucristo, además de la que profesó públicamente en María. Un segundo aspecto, estaba vinculado a la proximidad física que tuvo con santa Faustina, ya que el convento donde ella murió quedaba en el camino que Karol Wojtyla recorría diariamente, durante la ocupación alemana, para ir a trabajar a la planta de Solvay; por lo que transitarlo era encontrarse diariamente con el recuerdo de aquel mensaje recibido por la santa: “Proclama que la Misericordia es el mayor atributo de Dios”.
Al cabo de unos días, descubrí que en realidad, dicha devoción estaba enraizada en el centro mismo de nuestra fe cristiana y que su Santidad quería recordarnos constantemente que Dios es fundamentalmente Amor; que por amor a todos nosotros entregó a su propio Hijo en la cruz; que como mencionaba Faustina en su diario, la Misericordia estaba por encima de todo; y que Cristo, con su pasión y muerte, había detenido la vara de la Justicia para darle paso a la Misericordia que se expresaba claramente en el perdón.
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Jesucristo, era la Misericordia de Dios encarnada; el amor hecho don y regalo para el hombre; el amor donado al entregar la vida por los otros. De allí, que se le apareciera a la santa con aquellos dos rayos luminosos brotando de su corazón, diciéndole: “En la cruz, la Fuente de mi Misericordia fue abierta de par en par por la lanza para todas las almas, no he excluido a ninguna”. Curiosamente, aquellos rayos de color rojo y blanco, no sólo representaban la sangre y el agua salidas del costado herido por la lanza sino que, a la vez, correspondían a los de la bandera de Polonia.
“Dios es misericordioso y nosotros debemos actuar de igual manera con nuestros semejantes”, nos repetía Juan Pablo II aquella vez y su vocero, Joaquín Navarro Vals, recalcaba que ese era el sentido pastoral del viaje más allá de las connotaciones emotivas. Al escuchar al Papá, recordé que él mismo, luego del atentado que sufriera el 13 de mayo de 1981 en la plaza de San Pedro, se acercó a la cárcel romana donde se encontraba el turco Mehmet Alí Acgna para perdonarlo. Ese acto, que llenó de asombro al mundo entero, estaba totalmente ligado a la importancia que Juan Pablo II le daba a la Misericordia y a la necesidad de abrazar la miseria del otro mediante el perdón. Fue ese recuerdo, el que me dio la respuesta final para entender el camino de imitación de Cristo que nos proponía Juan Pablo II, más que con palabras con el propio obrar.
Teniendo en cuenta la necesidad de reconciliación, diálogo y perdón que existen en tantos lugares del mundo, sería bueno meditar sobre el testimonio de este Apóstol de la Misericordia, que perdonó aún a quien intentó asesinarlo.