Jesús María Silveyra

miércoles, abril 05, 2006

"Andrea Santoro. Otro mártir"


ANDREA SANTORO, otro mártir.


El reciente conflicto entablado entre: los extremistas de la libertad, que no tienen en cuenta los derechos ajenos ni atienden cuestiones de respeto ni de dignidad, y los fundamentalistas religiosos, que repiten que Dios es grande y llaman a matar en su defensa, olvidando que también es Misericordioso y Compasivo, se llevó consigo, además de otros hechos violentos producidos por la publicación de las caricaturas de Mahoma, la vida de un sacerdote católico. Se trata del padre Andrea Santoro, asesinado en la localidad de Trabzon (Turquía), el pasado 5 de febrero.
Quince días antes de ser asesinado había escrito, a sus amigos y colaboradores de Roma, una extensa misiva que fue publicada al mes de su muerte por el periódico católico “Avvenire” y reproducida por la agencia de noticias “Zenit”, la que terminaba con las siguientes palabras:
“...En este corazón a la vez «luminoso», «único» y «enfermo» de Oriente Medio es necesario entrar: de puntillas, con humildad, pero también con valor. La claridad va unida a la bondad. La ventaja de nosotros, cristianos, al creer en un Dios inerme, en un Cristo que invita a amar a los enemigos, a servir para ser «señores» de la casa, a hacerse el último para ser el primero, en un Evangelio que prohíbe el odio, la ira, el juicio, el dominio, en un Dios que se hace cordero y se deja golpear para matar el orgullo y el odio en sí, en un Dios que atrae con el amor y no domina con el poder, es una ventaja que no hay que perder. Es una «ventaja» que puede parecer «desventajosa» y perdedora, y lo es a los ojos del mundo, pero es victoriosa a los ojos de Dios y capaz de conquistar el corazón del mundo. Decía San Juan Crisóstomo: Cristo apacienta corderos, no lobos. Si nos hacemos corderos venceremos, si nos hacemos lobos perderemos. No es fácil, como tampoco lo es la cruz de Cristo siempre tentada por la fascinación de la espada. ¿Habrá quien quiera regalar al mundo la presencia de «este» Cristo? ¿Habrá quien quiera estar presente en este mundo de Oriente Medio sencillamente como «cristiano», «sal» en la comida, «levadura» en la masa, «luz» en la estancia, «ventana» entre muros levantados, «puente» entre orillas opuestas, «ofrecimiento» de reconciliación? Hay muchos, pero se necesitan muchos más. La mía es una invitación además de una reflexión. ¡Vengan!
Los dejo dándoles las gracias por la acogida en las tres semanas transcurridas en Roma. Deseo dar las gracias en particular a muchos párrocos romanos y responsables de varias realidades estudiantiles que me han invitado a tener encuentros o testimonios. Doy gracias a Dios por cuantos han abierto su corazón. Pero que esté aún más abierto y sea aún más valiente. Que la mente esté abierta a entender, el alma a amar, la voluntad a decir «sí» a la llamada. Abiertos también cuando el Señor nos guía por senderos de dolor y nos hace saborear más la estepa que las briznas de hierba. El dolor vivido con abandono y la estepa atravesada con amor se convierte en cátedra de sabiduría, fuente de riqueza, seno de fecundidad. Estaremos en contacto. Unidos en la oración los saludo con afecto...”

Estas palabras del padre Andrea Santoro, escritas a sus amigos de Roma el 22 enero de 2006, parecían preanunciar su muerte, que sobrevendría unos días después, mientras rezaba arrodillado en su iglesia de Santa María de Kilsesi, en la localidad de Trabzon, junto al mar Negro. Aproximadamente a las 15:30 horas, luego de haber celebrado la misa dominical, recibió dos disparos fulminantes. Según testigos de los hechos (una colaboradora y un feligrés) alguien le disparó gritando “Alá Akbar” (Dios es Grande). Dos días después, la policía atrapó a Ouzan Akdil, un joven de 16 años, quien reconoció haber actuado movido por la rabia que le produjo la publicación en la prensa occidental de las caricaturas de Mahoma. Aunque las autoridades turcas no descartan otros móviles, se supo que el joven podría estar vinculado a los “Lobos grises”, el grupo radical islámico al que pertenecía Alí Agca, quien atentó contra el difunto Juan Pablo II en 1981.
El padre Andrea Santoro tenía sesenta años (treinta y cinco como sacerdote), residía en Turquía desde el año 2000 como misionero enviado por la diócesis de Roma y trabajaba en el diálogo interreligioso. Aquel domingo 5 de febrero, el calendario litúrgico mandaba leer el evangelio de Marcos (Mc. 1,29-39), que menciona aquellas palabras de Jesús que el padre Andrea había hecho carne: “Vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, a predicar también allí, pues para eso he salido”.

El testimonio de este nuevo mártir debiera servirnos como reflexión a todos, para que el preanunciado choque de las civilizaciones del que hablara Samuel P. Huntington hace ya varios años, Inshalá (“Si Dios quiere”) no nos termine arrastrando a un callejón sin salida.
El Papa Bendicto XVI, quien tiene planeado este año un viaje a Turquía, refiriéndose a la muerte del padre Andrea, dijo: “que la sangre derramada sea semilla de esperanza para construir una auténtica fraternidad entre los pueblos”. Nos unimos a esa oración.