Jesús María Silveyra

domingo, junio 17, 2012

LA DANZA DE LOS DERVICHES


Los músicos entraron a la sala y se acomodaron al frente del cuadrilátero formado por las sillas de los espectadores. Eran nueve los integrantes: una mujer con el arpa, otra con platillos; dos hombres con tambores, tres con flautas, uno con la cítara y otro, reservado para el rezo y el canto. Todos con sus capas negras y sombreros marrones, en forma de conos, de lana teñida.

           

 Estaba por comenzar la ceremonia llamada “Sema” o danza de los derviches, creada por los seguidores de Mevlana Yalal Al-din Rumi, quien nació en 1207 en Afganistán, de allí pasó a Bagdad, la Meca y Damasco, para terminar viviendo en el territorio de la actual Turquía, más precisamente, en  la ciudad de Konya. Fue un sabio musulmán, vinculado al sufismo, que recibió su formación espiritual, primero de su padre, luego de un amigo de éste y más tarde de un hombre de Tabriz, conocido como Shams. Posteriormente, recitó el Mathnavi, un libro considerado como joya de la literatura espiritual oriental. Las prácticas de Rumi (cuya palabra se deriva de “romano”) están dirigidas a transformar la compulsividad del falso yo y alcanzar el Islam o “sumisión”, en un orden superior de la realidad. La superación de la esclavitud del ego, que está desconectado del corazón, lleva a la realización de la verdadera humanidad centrada en el amor y la paz. La madurez espiritual consiste en comprender que el yo es un reflejo de lo divino y que el amor a Dios lleva al amante a olvidarse de sí mismo, para perderse en el amor de su amado. Su doctrina predica la tolerancia ilimitada hacia todas las religiones y escribió reflexiones poéticas como la que transcribo:
“Alguien fue hasta la puerta del Amado y tocó.
 Una voz preguntó: ‘¿Quién está ahí?’
 Él contestó: ‘Soy yo’.
 La voz dijo: ‘No hay lugar para Yo y Tú’.
 La puerta se cerró.
 Luego de un año de soledad y privación,
 regresó y tocó la puerta.
 Desde el interior una voz preguntó: ‘¿Quién está ahí?’
 El hombre respondió: ‘Soy Tú’.
 La puerta se abrió para él”.

 Más tarde, hicieron su ingreso los bailarines, a paso lento, como dejando marcada una huella invisible en el camino. Adelantaban un pie, lo apoyaban con sigilo, luego adelantaban el que había quedado detrás y hacían otro tanto. Así, fueron avanzando en círculo, como si fueran gacelas. Dieron tres vueltas al recinto formado por las sillas, saludándose entre dos en el punto de partida, con una inclinación de cabezas. Finalmente, fueron a sentarse a un costado, sobre unos cueros de cordero, para escuchar al cantor.

Con el canto en árabe, dejé de lado la agitación del día y las corridas y respiré con alegría, sabiendo que en algún momento me llegaría una cierta paz interior. El cantor, se refería a Dios, porque nombró a  Alláh decenas de veces, cual si fuera un mantra, con la mirada perdida en algún punto de la sala.
Luego de la plegaria, los siete bailarines se sacaron el manto negro que los cubría y los dejaron caer sobre la piel de cordero, descubriendo el color de los atuendos que llevaban debajo. Los tres hombres estaban con vestimenta blanca y las cuatro mujeres con ropa de color: verde, amarilla, naranja y violeta. Llevaban polleras y chaquetas de acuerdo al color mencionado, fajas negras, polainas, camisas blancas y zapatillas negras de baile. Caminaron en fila hacia el fondo de la sala, siempre con los gorros puestos, y comenzaron, de a uno, a bailar girando. Primero, con los brazos cruzados, tomándose con las manos los hombros; luego, abriendo los brazos, como si despertaran de un sueño. La pierna derecha era la que impulsaba el giro y la izquierda la que se mantenía como eje del cuerpo. Giraban y giraban al compás de la música, sin marearse. Daban vueltas como trompos sobre un eje, con los brazos extendidos: uno con la mano abierta, mostrando la palma, como si atrapase algo que bajaba de lo alto; el otro, con la mano entrecerrada, quebrada, en dirección a la tierra. Algunos dicen que simbolizaba atrapar la baraka (bendición, aliento) del cielo, para traerlo a la tierra y repartirlo entre los hombres.


Los giros continuaron por cerca de diez minutos, siempre para el mismo lado, acompañando el movimiento de las agujas del reloj. La mujer de rojo en el centro, dando vueltas como una amapola mecida por el viento, girando como aquellos molinitos de plástico que recordaba de mi infancia, dentro de la canasta de un vendedor de chupetines. De repente, se detuvieron, cruzaron los brazos colocando las manos sobre los hombros, hicieron una breve inclinación de cabeza a modo de saludo y comenzaron nuevamente a girar.
Me puse a escribir mientras los observaba. Todos guardábamos silencio. Escuchábamos el ritmo que marcaba el tambor, los tonos de las flautas, el sonar esporádico de los platillos, los acordes del arpa siguiendo a la cítara y la voz; la voz en un árabe melodioso que terminaba atrapándome, haciéndome respirar de su rima, imaginando que el derviche estaba recitando los noventa y nueve nombres que le dan los musulmanes a Dios, no sin antes repetir un hadiz (dicho) del profeta Mahoma: "Hay noventa y nueve hermosos nombres de Allah, por mediación de los cuales se nos ha ordena­do suplicarle. Quien se los aprenda de memo­ria y los recite constantemente entrará en el Jardín".

Allah. Dios. Al-Rahman. El Compasivo. Al-Rahim. El Misericordioso. Al-Malik. El Soberano. Al-Quddus. El Santo. As-Salam. El Dador de Paz. Al-Mu’min. El Guardián de la Fe. Al-Muhaymin. El Protector. Al-‘Aziz. El Poderoso. Al-Jabbar. El Señor Todopoderoso. Al-Mutakabbir. El Glorioso. Al-Khaliq. El Creador. Al-Bari’. El que da la Vida. Al-Musawwir. El diseñador de Formas. Al-Ghaffar. El Perdonador. Al-Qahhar. El que controla todas las  Cosas.…

 Los bailarines seguían girando, como estambres de flores abiertas mecidos por el viento, como campanillas que resuenan en un comedor, como sombrillas abiertas sobre una playa en el verano, como mantos de príncipes saludando a una reina, como frutos abiertos por el calor del mediodía, como tiendas extendidas sobre la arena del desierto. 

Al-Wahhab. El Dador de todas las Cosas. Az-Razzaq. El Proveedor. Al-Fattah. El que da Apertura. Al-‘Alim. El Conocedor de Todo. Al-Qabid. El que Constriñe. Al-Basit. El que Expande. Al-Khafid. El que Humilla y Rebaja. Ar-Rafi’. El que Exalta. Al-Mu’izz. El que Honra. Al-Muzill. El que Deshonra. As-Sami. El que todo lo Oye. Al-Basir. El que todo lo Ve. Al-Hakam. El Juez. Al-Adl. El Justo. Al-Latif. El Sutil…

Sí, giraban, como las ruedas blancas del tiempo, como gotas frescas que salpican los arroyos, como nubes que se enredan en el cielo, como soles rojos apagados por el horizonte, como naranjas que se deshacen dentro del paladar, como hojas verdes que manchan la primavera, como violáceas tardes junto a grandes cordilleras…

Al-Khabir. El Conocedor de Todo. Al-Halim. El Clemente. Al-Azim. El Grande. Al-Ghafur. El Perdonador. Al-Shakur. El más Agradecido. Al-‘Ali. El más Alto. Al-Kabir. El más Grande. Al-Haafiz. El Protector. Al-Muqit. El Dador del Sustento y la Fuerza. Al-Hasib. El Suficiente para Todo. Al-Jalil. El Glorioso. Al-Karim. El Benevolente. Ar-raqib. El Guardián. Al-Mujib. El que responde a las Súplicas…


Giraban hacia la derecha. Los ojos parecían cerrados. La cabeza inclinada en el sentido del giro. La respiración que casi no se notaba. Los brazos extendidos, como aspas de un molino, como agujas de un reloj, como rayos de una rueda, como piezas de un compás, como diámetros de círculos…

Al-Wasi’. El Indulgente. Al-Hakim. El sabio. Al-wadud. El Amantísimo. Al-Majid. El más Venerable. Al Ba’ith. El que resucita de la Muerte. Ash-Shahid. El Omnipresente. Al-Haqq. La Verdad. Al-Wakil. El Cuidadoso. Al-Qawi. El Omnipotente. Al-Matin. El Invencible. Al-Wali. El Amigo Protector. Al-Hamid. El Digno de Alabanza. Al-Muhsi. El que lleva las Cuentas. Al-Mubdi. El Originador. Al-Mu’id. El que tiene poder para Crear de Nuevo…

Los pies de los danzarines, acompañando siempre el ritmo. El derecho que impulsaba el giro sobre el eje del pie izquierdo que se movía más lento, aplomado, firme, dentro de la sandalia negra, pequeña barca, a tono con  el color de la faja, y de los ojos que yo no veía, de los ojos que veían dentro, y seguían deletreando los atributos de Allah, como a letanías cristianas…
             
Al-Muhyi. El Dador de la Vida. Al-Mumit. El Dador de la Muerte. Al-Hayy. El Perdurable. Al-Qayyum. El Sustentador de la Vida. Al-Wajid. El Absolutamente Perfecto. Al-Majid. El Absolutamente Excelente. Al-Wahid. El Único. Al-Ahad. El Uno sin Igual. As-Samad. El Eterno. Al-Qadir. El Todopoderoso. Al-Muqtadir. El Poderoso. Al-Muqaddin. El que hace Avanzar. Al-Mu’akhkhir. El que hace Retroceder. Al-Awwal. El Primero. Al-Akhir. El Último…

 Los bailarines parecían muñecos de una cajita de musical, moviéndose por el impulso de la cuerda que alguien había hecho girar; mientras la música real llenaba el ambiente con los sones de los platillos y la voz del recitador que seguía recordando que Allah es Grande, pero también Misericordioso y Compasivo.
             
Az-Zahir. El Evidente. Al-Batin. El Oculto. Al-Wali. El Responsable de todas las Cosas. Al-Muta’ali. El por encima de los atributos de la Creación. Al-Barr. El Bueno. At-Tawwab. El que acepta el Arrepentimiento. Al-Muntaquim. El que da el justo Castigo. Al-‘Afuw. El que Perdona. Ar-Ra’uf. El Bondadoso. Malik Al-Muluk. El poseedor de la Soberanía. Dhul-Jalal-Wal-Ikram. El Majestuoso y Benevolente. Al-Muqsit. El Justo. Al-Jame’. El que Junta. Al-Ghani. El que está Libre de Necesidad. Al-Mughni. El que Satisface todas las Necesidades…

Los siete místicos bailarines parecían mariposas saltando con las cuerdas del arpa o de la cítara, que iban a posarse en la corola de una flor, transportando el polen en sus pequeños pies negros, desentumeciendo las alas, moviéndolas al compás del ritmo que marcaba las gotas del rocío, rodando por los pétalos, yendo a caer en el corazón de la flor, alegrando la mañana que despertaba girando, arrastrando los segundos, convirtiéndolos en minutos, luego en horas, después en días y años y siglos y eras, como si ya nadie pudiese parar de dar vueltas en los mares de la vida…
             
Al-Mani’. El que Dificulta. Ad-Darr. El que pueda Causar Pérdida. An-Nafi. El que Concede Beneficios. An-Nur. La Luz. Al-Hadi. El que Guía. Al-Badi. El Inventor. Al-Baqi. El Eterno. Al Warith. El que Sustenta Todo. Ar-Rashid. El que Guía por el Sendero de la Virtud. As-Sabur. El más Paciente…
            
 Con paciencia y lentitud, volvieron a detenerse, cruzaron los brazos, las manos sobre los hombros, caminaron despacio, saludaron inclinando las cabezas, volvieron al lugar donde estaban los blancos cueros de cordero y se revistieron con las túnicas negras dando término a la danza. Fue en ese momento que todos, rompiendo nuestro ensimismamiento, aplaudimos. Al salir, alguien me regalo otro poema del Rumi:

Escucha, si te es posible escuchar:
Llegar a Él, es abandonarse a uno mismo.
Silencio: allí es el mundo de la visión.
Para ellos, la palabra no es más que MIRADA.

(*) Todos los derechos reservados. © Copyright 2012 Jesús María Silveyra. info@jesusmariasilveyra.com.ar
http://www.youtube.com/watch?v=iUfxbERMYdg

miércoles, marzo 28, 2012

PERSECUCIÓN DE LOS CATÓLICOS (El martirio blanco)

Testimonio de un seminarista chino

¿Cómo viven los seminaristas en China? Es difícil de contestar, ya que, dependiendo de la situación de cada diócesis, cambia el modo de vivir en el seminario. Lo que voy a decir sobre mi seminario es un pequeño reflejo de los seminarios clandestinos.
Cuando entré en el seminario, éramos casi 30 chicos, procedentes de tres lugares diferentes del país. Nosotros, el curso más joven –casi todos teníamos 17 años – vivíamos en una cueva, construida por los seminaristas mayores en una montaña tan alta que nos parecía vivir en el cielo. Aquella era nuestra capilla, nuestra aula de clase, y también el comedor.
Debajo de nosotros había una aldea, de unos 100 habitantes, todos católicos. Eran los que nos protegían, y los que nos subían el arroz, la harina y las verduras. Durante la semana, no teníamos mucho tiempo libre, porque había que aprovechar las horas al máximo, pues allí nadie sabe cuánto puede durar un curso. De lunes a viernes, teníamos ocho clases diarias, con asignaturas muy variadas. Los sábados hacíamos la limpieza, y los domingos podíamos salir a hacer una pequeña excursión por la montaña. El tiempo de formación antes eran cinco años; ahora son diez, como mínimo.
El primer año vivimos muy felices en aquella cueva, nadie se quejó de la humedad ni de la comida, pues el amor fraterno lo suple todo. La oración y el estudio son nuestra tarea principal, porque sabemos que Cristo necesita soldados bien armados de ciencia y de santidad para extender su reino en China. Cuando alguno está enfermo, o le duele el estómago, o la pierna –porque hay mucha humedad–, el formador suele decirle bromeando que son síntomas de vocación, porque casi todos los curas tienen tales enfermedades. ¡Pues, ya ves cómo Dios confirma la llamada! Nosotros sabemos que el dolor de estómago del formador es debido a la mala alimentación que tuvo cuando estuvo en la cárcel, pues le daban muy poca comida, y mala.
Cuando le preguntamos qué pensaba en la cárcel, nos dijo: «En la comida; después del desayuno, uno ya comienza a esperar el almuerzo, porque siempre teníamos hambre». El trabajo en la cárcel no era muy duro, pero cansaba mucho: tenía que escoger pelos de cerdos durante horas y horas, para la fabricación de cepillos de zapatos. Mi formador tenía un sentimiento especial con aquellos cepillos. Cuando Dios bendice, bendice con la cruz. Así, estábamos casi acostumbrados a que Dios, de vez en cuando, nos mandaba una pequeña cruz.
En aquel tiempo, cuando rezábamos, podíamos cantar; también podíamos reírnos a carcajadas, hablar en voz alta, salir a dar paseos…Gozamos de bastante libertad durante casi un curso entero. Luego tuvimos que irnos a otro sitio. Es que los policías se enteraron de la existencia de un grupo de los nuestros, que vivían en otra montaña. Les capturaron a todos cuando estaban almorzando. En el camino a la comisaría, una feligresa vio a un seminarista en el jeep de policía haciéndole señales, así que subió corriendo adonde nosotros estábamos para avisarnos. Cuando llegó, estábamos preparando la cena. El formador, sin pensar ni un segundo, en seguida nos mandó huir. Bajamos de la montaña cruzando un bosque, de dos en dos. Todavía no éramos conscientes del miedo, nos parecía casi divertido aquello de huir corriendo de la policía. Hacíamos competiciones para ver quién corría más rápido…
Una vez salimos de la casa, los fieles de la aldea metieron piensos para los animales domésticos en la cueva, y echaron polvo en el cristal de la ventana, que siempre había estado muy limpia. Esa misma noche, subieron los policías, llevando perros, para capturarnos también a nosotros. Dios pensó que todavía no era el tiempo. Ya no había nadie allí. Tres meses después, nos reunimos en otra provincia. Nos dijo el Rector que los seminaristas detenidos recibieron una condena de tres años de cárcel, y que tenían que cavar piedras, ya que el sitio era montañoso y hacía falta construir caminos. En esta nueva casa, el formador nos dijo que fuéramos más prudentes y cautelosos, no sólo por nuestra seguridad, sino también por la de la familia que nos había acogido. Así que no podíamos hablar en voz alta, ni reírnos demasiado, y mucho menos salir de la habitación, para que no se enterasen los vecinos. Pero, no sé cómo, siempre acaban enterándose.
Por eso teníamos que cambiar de casa cada muy poco tiempo –como mucho, cada medio año–. Hasta el día de hoy, los seminaristas de mi diócesis siguen llevando este estilo de vida, huyendo de un sitio para otro. Cuando en alguna fiesta, como la Pascua, quieren cantar los chicos, el formador elige a uno o dos para que canten, y en voz baja…
La Iglesia en China lleva siglos de persecución. La sangre de los mártires, semilla de los nuevos cristianos, está brotando. Una primavera del cristianismo está llegando a China. Cada año, a pesar de la falta de libertad religiosa, miles y miles chinos se bautizan. Ahora más que nunca hacen falta misioneros intelectualmente bien preparados; tenemos que dar razones de nuestra esperanza a la gente. Para llevar a cabo esta misión, la Iglesia en Europa nos ha ofrecido su ayuda: muchos movimientos de la Iglesia quieren encargarse de la educación de los seminaristas chinos. Así, muchas diócesis han enviado a sus seminaristas a Europa para recibir una mejor formación y para que luego puedan servir mejor a la Iglesia. Lo que quiero es que la gente conozca un poco más cómo viven los seminaristas en China ahora, porque se habla mucho de la apertura de China, el desarrollo de China, incluso de la mejoría de las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y China, como si en China hubiera libertad religiosa ya. Yo quería escribir un poco cómo estudian los seminaristas en China, porque estudian mucho.
Ciertamente tenemos pocos recursos para ello, pero estudian mucho, porque saben que la Iglesia lo necesita –me dolió mucho escuchar a un cardenal que dijo que el clero de la Iglesia clandestina es inculto–. El año pasado fui a China; la vida de los seminaristas sigue siendo como antes, no pueden hablar ni cantar en voz alta. El día de la Asunción de la Virgen, no se imaginan cuántas ganas tenían los chicos de cantar una misa a la Virgen, pero no podían; cerramos todas las ventanas y puertas en pleno agosto, para que pudieran cantar algo.
Se habla mucho de la Iglesia oficial o patriótica, y la Iglesia clandestina o fiel a Roma, pero la cuestión de fondo no está en esto, sino en el sistema político: para el comunismo no existe la persona, por consiguiente, ni sus derechos, y mucho menos la libertad religiosa. Queremos todos ver una Iglesia unida en China, pero es el Gobierno el que no lo quiere.
Al amable lector, le ruego que en su momento de oración se acuerde de los obispos y los sacerdotes que están todavía en la cárcel, y rece por los seminaristas, para que seamos aptos para el reino de Dios.

jueves, marzo 15, 2012

LOS MÁRTIRES DEL SIGLO XXI


Cada cinco minutos es asesinado un cristiano en el mundo. Y la perspectiva es más sombría aún. Por caso, los ataques terroristas contra cristianos en Africa, Medio Oriente y Asia crecieron un 309 % entre 2003 y 2010.

Aunque muchos no lo crean o no tomen conciencia, el cristianismo, hoy en día, es la religión más perseguida y con el mayor número de mártires. "Cada cinco minutos, matan a un cristiano en el mundo", afirmó el sociólogo Massimo Introvigne, representante de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) durante una Conferencia sobre Diálogo Interreligioso celebrada en Budapest en junio de 2011. A los asistentes, la cifra les pareció muy exagerada, porque implicaría que cerca de 100 mil cristianos son asesinados en el mundo por año.

Ante tales críticas, Introvigne agregó: "Si no se reconoce que la persecución de los cristianos es la primera emergencia mundial en materia de violencia y discriminación religiosa, el diálogo entre las religiones y las culturas sólo producirá hermosos congresos, sin resultados".


Introvigne basó sus dichos en los trabajos del Center for Study of Global Christianity, de gran prestigio académico, fundado por el estadounidense David Barret, quien publicó un libro, junto con Todd Johnson, con las estadísticas sobre mártires cristianos desde el año 30 DC hasta el 2000. El primero de ellos fue San Esteban (el llamado, protomártir), lapidado por los fundamentalistas judíos en Jerusalén. Barret y Johnson definieron como mártir cristiano alos "creyentes en Cristo que han perdido la vida prematuramente, en situación de testigos, como resultado de la hostilidad humana", sin abrir juicio alguno sobre la santidad personal; es decir, en aquellos que fueron asesinados sólo por ser cristianos. Según el estudio, 70 millones fueron los mártires en los 2.000 años de cristianismo, concentrándose más de la mitad en el siglo XX (alrededor de 45 millones). Luego de la publicación del libro, el mencionado Centro continúa haciendo anualmente los estudios, sin modificar estos criterios.


Sean cual fueran las cifras definitivas, basta con leer los diarios e ir recortando las noticias, sobre todo en los países más poblados del mundo, para tomar conciencia de lo que está sucediendo. En la India, grupos fundamentalistas hindúes castigan y persiguen con violencia a los cristianos, principalmente en el estado de Orissa. Esta situación se agravó a partir del 2008. Asesinatos, incendios de iglesias, destrucción de casas y huida forzosa hacia otros estados más tolerantes. El motivo: perpetrar la limpieza religiosa. En China, el cristianismo tampoco está exento de persecución y muerte. Sabidas son las diferencias que existen entre el Vaticano y la Iglesia oficial China (los obispos son elegidos por el Partido Comunista). Los católicos fieles a Roma, practican el culto recluidos en sus hogares y escondiéndose de la policía. En una palabra, se ven obligados a vivir en la clandestinidad. Persecución, discriminación y muerte es la que viven también los cristianos de Asia en Corea del Norte, Indonesia, Afganistán, Irak, Irán, Siria y Pakistán (ver recuadro) para mencionar algunos países. En Corea del Norte, por ejemplo, los comunistas han condenado a más de cuarenta mil cristianos a los campos de concentración por no querer renunciar a sus creencias; y en Indonesia (el país más grande del mundo con mayoría musulmana) los grupos fundamentalistas no sólo destruyen iglesias y atacan a sacerdotes y pastores, sino que cuestionan hasta el símbolo de la Cruz Roja Internacional. ¡Y qué decir de lo que sucede en el África!, con devastadores conflictos durante años en Sudán y recientemente en Nigeria, pasando por los problemas en Egipto, Eritrea, Etiopía, Uganda y Argelia, por mencionar los más relevantes. Baste recordar que en el pasado mes de diciembre, en Nigeria, el grupo fundamentalista islámico Boko Haram, atacó un grupo de iglesias en Navidad, provocando decenas de muertos y heridos, y que otro tanto sucedió en una iglesia de cristianos coptos en Alejandría, Egipto, a raíz de un atentado atribuido a los "Hermanos Musulmanes".


"Los ataques terroristas contra los cristianos en África, Medio Oriente y Asia han aumentado un 309% desde 2003 a 2010. Casi el 70% de la población mundial vive en países con graves limitaciones a la fe y a la práctica religiosa, y las minorías religiosas son las que pagan el precio más alto". Fue lo que dijo hace pocos días el arzobispo Silvano María Tomasi, observador permanente de la Santa Sede ante la Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra y otras Organizaciones Internacionales. Entre otras cosas, subrayó que la libertad religiosa corre mayor riesgo "allí donde se reconoce el concepto de ''religión de Estado'', especialmente cuando éste se convierte en la fuente del tratamiento injusto de los otros, tanto si pertenecen a una fe diversa como si no profesan ninguna".
Por el momento, es claro que los mártires continuarán derramando su sangre por amor a Cristo y al Evangelio en aquellas zona más hostiles, sobre todo donde el fundamentalismo integrista (que mezcla política con religión) distorsiona el sentido profundo de las religiones. Sin embargo, otro peligro cada día es más perceptible y es el de que los cristianos comienzan a ser perseguidos dentro del propio Occidente por defender sus principios éticos y morales.

Una víctima paquistaní camino a los altares y otra presa.


Asia Bibi es una cristiana paquistaní de 45 años, esposa y madre de cinco hijos. En junio de 2009, mientras trabajaba en el campo, un grupo de mujeres la acusó de blasfemar contra el profeta Mahoma, luego de una discusión que tuvieron por considerarla impura para beber del mismo vaso de agua. Fue detenida por violación de la llamada "ley antiblasfemia" y más tarde condenada a morir en la horca. Según comentó su abogado, el juez le dijo que si se convertía al Islam sería perdonada, a lo que Asia Bibi se negó.

Distintas organizaciones del mundo se movilizaron para pedir su indulto al presidente de Pakistán. El gobernador de Punjab, Salman Taseer (musulmán) y el ministro de las Minorías, Shabaz Bhatti (católico), fueron quienes más lucharon por conseguir no sólo la liberación de Asia Bibi, sino la modificación de la legislación. Finalmente, el presidente la indultó, generando la reacción de los fundamentalistas. Así, el 4 de enero de 2011, el gobernador de Punjab fue asesinado por uno de sus custodios y, el 2 de marzo, el Ministro de Minorías, fue acribillado a mansalva por miembros del grupo extremista "Tehrik-e- Taliban".

Shabaz Bhatti (a quien los obispos de Pakistán postulan como mártir), había escrito tiempo antes de morir: "Consideraría un privilegio el que, en este esfuerzo y en esta batalla por ayudar a los necesitados, a los pobres, a los cristianos perseguidos de Pakistán, Jesús quisiera aceptar el sacrificio de mi vida". Pese a estos lamentables sucesos, el caso de Asia Bibi no está cerrado. Si bien en principio se libró de morir en la horca por el indulto presidencial, permanece en la prisión de Sheikhupura, a la espera de la decisión del Tribunal Supremo de Lahore, donde se interpuso un recurso de amparo contra el indulto.

(*) artículo publicado en el Suplemento Valores Religiosos del diario Clarín de Buenos Aires.

lunes, febrero 27, 2012

TERESA DE CALCUTA: DIOS TIENE SED DEL HOMBRE



Mi último libro publicado en diciembre pasado se llama: “Tengo sed. Tras los pasos de Teresa de Calcuta” (Lumen). El título nace a raíz de la frase que mandó colocar la Madre Teresa al costado de la cruz en todas las capillas de las Misioneras de la Caridad y demás ramas de su Congregación. “¿Por qué habrá dispuesto tal cosa?”, fue la pregunta que me hice hace un tiempo, cuando Sergio Rubín me pidió que hiciera un comentario a un libro sobre la beata de Calcuta para el Suplemento Valores Religiosos. Es cierto que “Tengo sed” es una frase que pronunció el Señor en la cruz, poco antes de decir: “Todo se ha cumplido” y entregar su vida para la salvación del mundo. Pero, ¿qué importancia tenía para la Madre Teresa como para colocarla en todas las capillas?
Fue a partir de dicho interrogante, que descubrí que la santa de Calcuta había tenido una visión y locuciones durante el viaje en tren que realizó desde Calcuta a la ciudad de Darjeeling (al norte de la India y al pie de los Himalayas), el 10 de septiembre de 1946. Hasta entonces, Teresa era una religiosa de la Congregación de las Hermanas de Loreto, que daba clases de catequesis y geografía en dos colegios de Calcuta (en uno de los cuales llegó a ser la rectora). Pero algo pasó durante ese viaje que le hizo cambiar radicalmente de vida y pedir autorización para salir de su Congregación y fundar las Misioneras de la Caridad para ir a trabajar entre los más pobres, en los “agujeros negros de Calcuta” (los barrios de emergencia o, simplemente, las calles de Calcuta, donde millones de personas viven casi a la intemperie).
¿Qué fue lo que ocurrió? Eso lo explico en mi libro. Pero, básicamente, vio y escuchó al Señor diciéndole desde la cruz: “Tengo sed”. A partir de allí, el Señor le hizo comprender que no sólo había tenido sed física en la cruz (le dieron a beber vinagre, con el que empaparon una esponja y que le acercó un soldado romano con una caña), sino, fundamentalmente, sed de amor y de almas. Por esa razón la Madre Teresa, cuando fundó las Misioneras, escribió en el Estatuto: “La finalidad general de las Misioneras de la Caridad es saciar la sed de Jesucristo en la cruz, sed de amor y de almas, mediante la absoluta pobreza, la castidad angélica y la obediencia alegre de las hermanas. La finalidad particular es llevar a Cristo a los hogares y a las calles de los barrios más miserables, entre los enfermos, los moribundos, los mendigos y los niños pequeños de la calle…”
Este descubrimiento, para Ella y, confieso que para mí también, fue revolucionario. Porque una cosa es decir que el hombre tiene sed de Dios (como dice el salmo 41: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo llegaré a ver su rostro?”) y, otra muy distinta, es decir que también Dios tiene sed del hombre. Hay que tener en cuenta la época en que Madre Teresa tuvo estas locuciones y visiones, casi 20 años antes del Concilio Vaticano II. Hasta teológicamente podía resultar atrevido. ¿Cómo Dios puede tener sed del hombre? ¿Cómo Dios que es Absoluto y Todopoderoso, puede necesitar de nosotros, sus creaturas? Sin embargo, fui descubriendo que muchos místicos de la Iglesia habían hablado de la sed de Dios por el hombre. Partiendo del propio San Agustín, que decía: “Dios tiene sed de que se tenga sed de él”. Y agregaba: “Él pide de beber y promete la bebida. Él está necesitado, como alguien que espera recibir; pero es rico, como alguien que está a punto de satisfacer la sed de los demás”. Santo Tomás por su parte, habla del “ardiente deseo de Jesús por la salvación de la raza humana” y dice que “la vehemencia de este deseo se expresa claramente con su sed”. San Buenaventura señala que Dios “tiene sed, no por carencia, sino por sobreabundancia”. Finalmente, por citar algún otro pensamiento de los grandes doctores de la Iglesia, Santa Teresita escribía: “Resonaba continuamente en mi corazón el grito de Jesús en la cruz: ‘Tengo sed’. Estas palabras encendían en mí un ardor desconocido y muy vivo…Quería dar de beber a mi Amado y yo misma me sentía devorada por la sed de almas”.
Por lo tanto, este sentimiento profundo de la Madre Teresa, que será el centro de su camino místico durante más de cincuenta años (posteriores a aquel viaje en tren) no era algo descolgado, pero sí de un radicalismo evangélico extremo. A tal punto, que junto a la cruz de la Casa Madre de las Misioneras de la Calcuta, además de aquella frase: “I thirst” (Tengo sed), colocó otra: “I queench” (Yo sacio). Y vivió el resto de su vida intentando saciar la sed de amor y de almas que tuvo el Señor en el Calvario. Convirtiéndose en una gota de amor en medio del océano del desamor. Poniendo en práctica su fórmula de “amor en acción”, para la cual no es importante lo mucho que hagamos sino cuánto amor pongamos en lo que hacemos.
Tomar conciencia que Dios, a través de su Hijo, tiene sed de mí, que quiere amarme, que me necesita para su plan de Salvación, que se pone feliz con mi felicidad y triste con mi tristeza, es el gran regalo que me hizo la Madre Teresa de Calcuta con la meditación de ese “Tengo sed”, tan destacado en su vida espiritual. Hasta entonces, sólo era consciente de que yo tenía sed de Dios. Ahora, me han acercado una nueva perspectiva, pero con el compromiso de procurar saciar la sed de Cristo, llevando su mensaje de amor a los demás, en la forma más afín con lo que me toque hacer en esta vida.
Termino este artículo con una reflexión de la Madre Teresa que me sirvió para el Epílogo del libro: “En la cruz quisieron darle a Jesús una bebida amarga para adormilarlo. Pero Jesús no quiso beberla. Sólo aceptó mojar los labios por gratitud a los que se la ofrecían. ¿Por qué no la bebió? Porque su sed era por nosotros, por ti y por mí…Permitamos que Jesús nos ame. Decimos con frecuencia: ‘Jesús yo te amo’, pero no permitimos que Él nos ame. Hoy digámosle: ‘Jesús, aquí estoy, ámame”.
(*) artículo publicado en Valores Religiosos el 27-02-2012