Jesús María Silveyra

lunes, febrero 27, 2012

TERESA DE CALCUTA: DIOS TIENE SED DEL HOMBRE



Mi último libro publicado en diciembre pasado se llama: “Tengo sed. Tras los pasos de Teresa de Calcuta” (Lumen). El título nace a raíz de la frase que mandó colocar la Madre Teresa al costado de la cruz en todas las capillas de las Misioneras de la Caridad y demás ramas de su Congregación. “¿Por qué habrá dispuesto tal cosa?”, fue la pregunta que me hice hace un tiempo, cuando Sergio Rubín me pidió que hiciera un comentario a un libro sobre la beata de Calcuta para el Suplemento Valores Religiosos. Es cierto que “Tengo sed” es una frase que pronunció el Señor en la cruz, poco antes de decir: “Todo se ha cumplido” y entregar su vida para la salvación del mundo. Pero, ¿qué importancia tenía para la Madre Teresa como para colocarla en todas las capillas?
Fue a partir de dicho interrogante, que descubrí que la santa de Calcuta había tenido una visión y locuciones durante el viaje en tren que realizó desde Calcuta a la ciudad de Darjeeling (al norte de la India y al pie de los Himalayas), el 10 de septiembre de 1946. Hasta entonces, Teresa era una religiosa de la Congregación de las Hermanas de Loreto, que daba clases de catequesis y geografía en dos colegios de Calcuta (en uno de los cuales llegó a ser la rectora). Pero algo pasó durante ese viaje que le hizo cambiar radicalmente de vida y pedir autorización para salir de su Congregación y fundar las Misioneras de la Caridad para ir a trabajar entre los más pobres, en los “agujeros negros de Calcuta” (los barrios de emergencia o, simplemente, las calles de Calcuta, donde millones de personas viven casi a la intemperie).
¿Qué fue lo que ocurrió? Eso lo explico en mi libro. Pero, básicamente, vio y escuchó al Señor diciéndole desde la cruz: “Tengo sed”. A partir de allí, el Señor le hizo comprender que no sólo había tenido sed física en la cruz (le dieron a beber vinagre, con el que empaparon una esponja y que le acercó un soldado romano con una caña), sino, fundamentalmente, sed de amor y de almas. Por esa razón la Madre Teresa, cuando fundó las Misioneras, escribió en el Estatuto: “La finalidad general de las Misioneras de la Caridad es saciar la sed de Jesucristo en la cruz, sed de amor y de almas, mediante la absoluta pobreza, la castidad angélica y la obediencia alegre de las hermanas. La finalidad particular es llevar a Cristo a los hogares y a las calles de los barrios más miserables, entre los enfermos, los moribundos, los mendigos y los niños pequeños de la calle…”
Este descubrimiento, para Ella y, confieso que para mí también, fue revolucionario. Porque una cosa es decir que el hombre tiene sed de Dios (como dice el salmo 41: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo llegaré a ver su rostro?”) y, otra muy distinta, es decir que también Dios tiene sed del hombre. Hay que tener en cuenta la época en que Madre Teresa tuvo estas locuciones y visiones, casi 20 años antes del Concilio Vaticano II. Hasta teológicamente podía resultar atrevido. ¿Cómo Dios puede tener sed del hombre? ¿Cómo Dios que es Absoluto y Todopoderoso, puede necesitar de nosotros, sus creaturas? Sin embargo, fui descubriendo que muchos místicos de la Iglesia habían hablado de la sed de Dios por el hombre. Partiendo del propio San Agustín, que decía: “Dios tiene sed de que se tenga sed de él”. Y agregaba: “Él pide de beber y promete la bebida. Él está necesitado, como alguien que espera recibir; pero es rico, como alguien que está a punto de satisfacer la sed de los demás”. Santo Tomás por su parte, habla del “ardiente deseo de Jesús por la salvación de la raza humana” y dice que “la vehemencia de este deseo se expresa claramente con su sed”. San Buenaventura señala que Dios “tiene sed, no por carencia, sino por sobreabundancia”. Finalmente, por citar algún otro pensamiento de los grandes doctores de la Iglesia, Santa Teresita escribía: “Resonaba continuamente en mi corazón el grito de Jesús en la cruz: ‘Tengo sed’. Estas palabras encendían en mí un ardor desconocido y muy vivo…Quería dar de beber a mi Amado y yo misma me sentía devorada por la sed de almas”.
Por lo tanto, este sentimiento profundo de la Madre Teresa, que será el centro de su camino místico durante más de cincuenta años (posteriores a aquel viaje en tren) no era algo descolgado, pero sí de un radicalismo evangélico extremo. A tal punto, que junto a la cruz de la Casa Madre de las Misioneras de la Calcuta, además de aquella frase: “I thirst” (Tengo sed), colocó otra: “I queench” (Yo sacio). Y vivió el resto de su vida intentando saciar la sed de amor y de almas que tuvo el Señor en el Calvario. Convirtiéndose en una gota de amor en medio del océano del desamor. Poniendo en práctica su fórmula de “amor en acción”, para la cual no es importante lo mucho que hagamos sino cuánto amor pongamos en lo que hacemos.
Tomar conciencia que Dios, a través de su Hijo, tiene sed de mí, que quiere amarme, que me necesita para su plan de Salvación, que se pone feliz con mi felicidad y triste con mi tristeza, es el gran regalo que me hizo la Madre Teresa de Calcuta con la meditación de ese “Tengo sed”, tan destacado en su vida espiritual. Hasta entonces, sólo era consciente de que yo tenía sed de Dios. Ahora, me han acercado una nueva perspectiva, pero con el compromiso de procurar saciar la sed de Cristo, llevando su mensaje de amor a los demás, en la forma más afín con lo que me toque hacer en esta vida.
Termino este artículo con una reflexión de la Madre Teresa que me sirvió para el Epílogo del libro: “En la cruz quisieron darle a Jesús una bebida amarga para adormilarlo. Pero Jesús no quiso beberla. Sólo aceptó mojar los labios por gratitud a los que se la ofrecían. ¿Por qué no la bebió? Porque su sed era por nosotros, por ti y por mí…Permitamos que Jesús nos ame. Decimos con frecuencia: ‘Jesús yo te amo’, pero no permitimos que Él nos ame. Hoy digámosle: ‘Jesús, aquí estoy, ámame”.
(*) artículo publicado en Valores Religiosos el 27-02-2012