Jesús María Silveyra

viernes, abril 18, 2025

Muerte y Resurrección


 El clavo.

La carne.

Los huesos.

El madero.

La gota de sangre,

cayendo en el suelo.


La hora.

La tarde.

La sed.

El vinagre.

Y el grito del hombre,

razgando, 

del templo el gran velo.


Los ojos.

La madre.

El hijo.

La voz entregando,

por siempre,

su amor desde el cielo.


Palabras.

Imágenes.

Cristiano es aquel,

que recuerda el Calvario,

el dolor, la muerte y el duelo.


Palabras.

Imágenes.

Cristiano es aquel,

que mueve la piedra

y encuentra la tumba vacía

para comenzar de nuevo.


Jesusmaríasilveyra@2025

domingo, abril 13, 2025

La casa del Viento



La “casa del viento” la compró el abuelo y la heredó el nieto. Huayra Huasi es el nombre de la casa. No se cierran las ventanas, ni vale la pena, porque el viento rompe los vidrios. La puerta permanece siempre abierta, con un taco de madera que la traba. No hay adornos dentro, sólo una marca del lugar en que estaba el catre donde dormía el abuelo.

El abuelo murió hace unos días y le dejó la casa en herencia, pero al nieto le da pánico dormir allí porque de noche el viento entra en la casa cubierto con máscaras de arena. Dicen que el abuelo se montaba en el viento y salía a recorrer el “Campo de Piedra Pómez”. Pero el nieto sólo puede ver figuras tenebrosas cuando está dentro.

El nieto, no sabe mucho del viento, pero conoce que mueve molinos y velas, que también horada las piedras y construye figuras de la mano del tiempo. Esas figuras son criaturas del viento. Hasta puede decirse que a las montañas las talló el viento; que picos y laderas, quebradas y valles, son sus obras.

El viento levanta el polvo y mueve la tierra, formando dunas en los desiertos. Cuando sopla con furia, hay que cubrirse la cara y taparse los ojos. Aturde. Hace perder el equilibrio. En el mar es artífice de parte de su movimiento junto con la luna. Levanta las olas y las deja caer produciendo espuma con la sal. Hace volar a los peces y temblar a los barcos. Es el que despierta a las sirenas y las invita a peinarse en las rocas.

Eolo era el dios que representaba al viento en la mitología griega. Era temido y respetado a la vez. Le prestó ayuda a Ulises en su regreso a Itaca.

El nieto no sabe por qué razón el abuelo compró esa casa perdida en la puna de Catamarca. En un pueblito llamado el Peñón, como si la puna fuera un mar y la casa del viento la proa de un barco.

El abuelo allí tuvo una amante criolla, porque el viento de allí es el más criollo de todos los vientos. Es cobrizo, con pómulos salientes y esconde sus ojos del paso del tiempo.

Parece que la amante del abuelo se llamaba Anemoi. Lo curioso es que no es un nombre aimara, sino griego. Esa tal Anemoi había sido traída por el viento. El abuelo nunca supo de dónde venía. No hablaba, soplaba. Algunas noches el abuelo le ponía una quena en los labios y Anemoi la hacía sonar y creaba música del altiplano, a veces triste, a veces luminosa y alegre.

La música de los vientos erguía al Peñón y a las montañas. Dicen que el viento fue el que ideó las primeras flautas en Oriente, esas que encantan serpientes. Y que luego creó la quena, el oboe, el clarín, la corneta, el saxofón, la trompeta, la armónica y todos los instrumentos de viento que conoce el hombre. Incluso el cuerno, el shofar, que hacían sonar los hebreos.

Dicen que el abuelo, a ella le hacía el amor sobre el viento. Y que Anemoi daba suspiros que se perdían en el tiempo. Esos suspiros eran los que en el recuerdo lo hacían volver al Peñón al abuelo. Extrañaba los suspiros cuando estaba en Buenos Aires, donde el viento quedaba atrapado por las calles y sólo profería lamentos de encierro.

Al nieto le dijeron que la casa no vale mucho. Cómo va a valer si es etérea como el viento. Valdrá lo que pesa el polvo en la balanza del recuerdo, pero no mucho más que eso. Tal vez pueda comprarla un mercader de tiempo y arena, esos que se pasan la vida caminando por los desiertos, vendiendo ilusiones y encuentros.

El abuelo pidió que lo enterraran allí, en el Peñón, fuera de la casa, donde solía sentarse a contar las nubes. La familia quiere traerlo al cementerio de la Recoleta y ponerlo en una tumba donde sólo hay fantasmas de un pasado de esplendor. Una cuestión de alcurnia, le dijeron al nieto. Pero, en Buenos Aires, nadie mira el cielo.

El nieto no sabe bien qué hacer, porque el viejo lo dejó escrito en el testamento. “Entiérrenme en el Peñón, junto a la casa, donde solía sentarme a contar las nubes. El catre es para Anemoi y la casa para mi nieto Martín. El dinero en el banco es para mi hija, la que vive en España”. Eso fue todo. Lo firmó raro y sin fecha. Puso un nombre que no era el suyo: Eolo Pereyra.

El nieto, cuando llegó al Peñón, quiso saber cómo era físicamente Anemoi. Una típica aimara pero que, de a ratos, se esfumaba en el aire armando remolinos. Le cebaba mate al abuelo, pero no hablaba. Aunque el abuelo decía que le hablaba con los ojos y por los ojos, porque los ojos de Anemoi eran como dos abismos donde también soplaba el viento.

No se sabe si tuvieron algún hijo, pero hay muchos Pereyra en el pueblo, aunque el abuelo no dejó nada para otros en su testamento. Anemoi se llevó el catre antes que llegara el nieto. Dicen que lo colgó en el aire, se subió encima y que volvió a su pueblo.

“Todo esto es cierto”, le dijo el dueño del pequeño almacén. “Yo los conocí. Anemoi incluso vino de visita a mi casa y balbuceó cinco palabras antes de partir. Me dijo: ‘tienes que amar al viento´. Con el viejo Pereyra hablé varias veces. Últimamente, me dijo que tenía cien años. Me pareció exagerado. Porque a esa edad, parecía imposible que siguiera haciendo el amor con Anemoni. Pero el abuelo dijo que el viento: ‘empuja los segundos, pero estira los años’. Eso fue todo”. 

En fin, ahora todo depende del nieto y, por supuesto, de lo que le diga el viento.

 



domingo, marzo 20, 2022

El niño que cruzó llorando



Dicen que es un niño de seis años.
Cruzó llorando la frontera entre Ucrania y Polonia.
La imagen recorrió el mundo entero,
como la de aquella niña
durante la guerra de Vietnam
que fue tapa de la revista Time.

En Youtube puedes escuchar su llanto,
no quise ponerlo aquí,
me da escalofríos
tanta soledad y desconsuelo
en busca de alguien que lo abrace
y le de un poco de pan y de paz.

Ese niño somos nosotros,
los que miramos cada día la crueldad de la guerra
desde algún lugar del mundo.
Lloramos porque nos da bronca la humanidad,
pero también lloramos por desesperación.
¿Qué podemos hacer por él desde acá?

Esta guerra es una herida abierta en Occidente.
Sangramos todos,
más allá de las ganas de pegarle a Putin,
que amenaza con una guerra nuclear,
y sueña en convertirse en un zar.
La condena ya la tiene puesta en sus ojos claros,
en su mirada gélida y asesina.
Sí, caerá en el abismo de sus nefastas mentiras
y, probablemente, no tendrá salvación
ni en el infierno verá más el sol.

Pero esos niños y los ancianos huyendo,
cargando un pequeño bolso,
rescatando un pedacito de dignidad,
son los santos modernos
que nos iluminan el camino perdido
por los poderosos amantes de la vanidad.

Tiene frío.
Siento frío.
Seguramente cansancio, hambre y confusión.
Es que las bombas siguen estallando a sus espaldas.

Vamos niño, sigue andando.
No sé tu nombre pero te amo.
No sé tu nombre pero te prometo,
salir a la calle y buscar algún niño que esté solo,
abrazarlo, mimarlo, hacerlo reír
y contarle de vos.
Tal vez, entre ambos,
te pongamos un nombre
que te haga feliz en la distancia.

jueves, mayo 21, 2020

EL PUENTE DEL AMOR EN SARAJEVO



Todavía se escuchan los disparos sobre el puente Vrbanja de Sarajevo. Ocurrió un 19 de mayo de 1993. Veintisiete años después, no se sabe de dónde vinieron. Que si fueron los francotiradores del lado bosnio o del serbio. Los cierto fue que una bala artera penetró en la cabeza de Bosko y otra en el pecho de Admira. Ambos cayeron en el puente sobre el río Miljacka, que corta la ciudad milenaria enclavada en los Alpes Dináricos. Bosko falleció en el acto. Admira, unos minutos después, luego de arrastrarse hasta el cuerpo de su amado, tomarlo de la mano y abrazarse con él. La madre de Admira, siempre ha dicho que estaban “locos de amor, el uno por el otro. Que su hija le decía que sólo una bala podría separarlos”. En este caso, las balas los unieron y estuvieron sus cuerpos casi ocho días pudriéndose al sol, porque ninguno de los dos bandos se animaba a retirarlos del puente por temor a ser abatidos. Es que, paralelo a la costa del río, estaba el llamado “Corredor de los Francotiradores”, una avenida a la que disparaban desde ambos lados durante la sangrienta guerra de Bosnia que se extendió durante casi tres años y se cobró más de once mil vidas en esta ciudad.
Bosko Brikc, era de origen serbio y cristiano ortodoxo. Admira Ismic, de origen bosnio y familia musulmana. Una pareja mixta de las que tanto abundaban en Sarajevo hasta que estallara el conflicto, luego del desmembramiento de la ex Yugoslavia. Se habían conocido en la escuela secundaria y el primer beso se lo dieron en 1984, cuando se celebraron los Juegos Olímpicos de Invierno en la ciudad. En ese momento, nadie suponía que el odio ancestral entre musulmanes y cristianos, fueran estos católicos croatas u ortodoxos serbios, estallaría  otra vez en la piel de la península Balcánica. Durante la época de dominio de Josip Broz Tito, se había logrado cierta convivencia entre etnias y religiones bajo la utopía socialista, y reinaba una cierta paz en aquél macizo convulsionado de montañas rodeado de mares, mezquitas, iglesias, sinagogas e historias fantásticas sobre el paso de los romanos, turco-otomanos y austro-húngaros.
Los jóvenes tenían 25 años y se habían jurado un amor eterno desde los 16, pasara lo que pasase. No se habían casado aún pero estaban conviviendo en un departamento en el barrio de las colinas que ocupaban en su mayoría los bosnios de origen serbio. Ese barrio había sido acosado constantemente por bombardeos y la madre de Bosko (que era viuda con dos hijos) había que tenido que mudarse en tres ocasiones, la última vez, a la casa de los padres de Admira que quedaba en la otra punta de la ciudad. Hasta que un día, tomó la decisión de abandonar Sarajevo hacia tierras ocupadas por los serbios. A pesar de la decisión de su madre, Bosko permaneció en la ciudad por el amor que se tenían con Admira.
Más de un año había transcurrido desde aquél estallido de la guerra el 6 de abril de 1992. Bosko no quería luchar en ninguno de los dos bandos; ni contra los serbios, porque se sentía parte de ese pueblo; ni contra los bosnios musulmanes y croatas que defendían la ciudad, por el amor que le tenía a la joven Admira y a Sarajevo. Antes de la guerra, tenía un pequeño comercio de venta de alimentos. Después, se vio obligado a entrar en el negocio del mercado negro para subsistir, con la protección de algunos amigos bosnios que dominaban ahora la resistencia de la ciudad. Mientras tanto, Admira estudiaba, se querían, e ilusionaban con que la guerra pronto acabase y podrían tener hijos formando una familia.
Sin embargo, luego de la huida de su madre, con amigos serbios que se habían pasado al bando que asediaba la ciudad, cortando los suministros de agua, energía y alimentos, y con algunas denuncias de ser colaboracionista con el VRS (ejército de los bosnios serbios), Bosko tenía que irse. Ambos decidieron huir juntos de Sarajevo. Admira, pese a los consejos de sus padres por el riesgo que correría viviendo del otro lado, estaba decidida a seguir a Bosko. El amor, para ellos, era más fuerte que el odio y que la muerte. "Aún queda gente que sigue sin entender la grandeza de su muerte", diría tiempo después Zijah Ismic, el padre de Admira. "Bosko permaneció en Sarajevo por amor y ella quiso devolverle su cariño huyendo juntos a zona serbia".
Todo se planeó a través de un amigo musulmán de la familia de Bosko, quien encabezaba la resistencia bosnia en la ciudad y solía intercambiar prisioneros con el VRS. Saldrían por el puente Vrbanja, el 19 de mayo por la tarde. Habría un alto al fuego y los dejarían pasar sin que dispararan los francotiradores de ambos lados. No podía haber confusión ni riesgo. Todo estaba acordado en un salvoconducto oral entre enemigos. Se despidieron de los padres de Admira y de la abuela. Cargaron dos mochilas hasta con alguna ropa de invierno, cuando estaban entrando en verano. Tal era la confianza de cruzar ilesos del otro lado. Admira le escribió una postrera carta a su madre, recordándole su amor y pidiéndole que cuidara en su ausencia del gato. Y así, vestidos con jeans y zapatillas partieron con la esperanza puesta en una vida mejor, juntos, amándose por encima de aquella guerra sin sentido que había puesto a amigos y vecinos, unos contra otros.
Llegaron hasta el puente y cuando lo estaban por cruzar, mirando las aguas del río que corrían hacia el verano que se avecinaba, sintieron en carne propia los disparos. ¿De dónde? ¿Por qué? Bosko no encontró respuestas en su fuerte caída e inmediata muerte. Admira, segundos después, tomándose el pecho y arrastrándose hasta el cuerpo de su amado, habrá pensado que la guerra enceguecida por la sangre no podía permitir ese acto tan puro del amor. Tenía que convertirse sólo en un triste recuerdo y utopía. Porque el odio estaba sediento de venganzas ancestrales inexplicables y, por lo tanto, los corazones deberían detenerse en el tiempo, sobre el puente, riéndose de la posibilidad de amar en medio de semejante conflicto, en la hoy capital de la República de Bosnia-Herzegovina.  Sarajevo, el “palacio del Gobernador”, según la etimología turca; la “Jerusalén de Europa”, según fuera llamada por la convivencia entre etnias y religiones; no podía darse ese lujo del amor. Al contrario, debía este puente, recordar la historia del cercano “puente Latino” donde dio comienzo la Primera Guerra Mundial, cuando los fanáticos del nacionalismo serbio atacaron al heredero del trono austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando.
Pero los cuerpos, desafiando la historia, permanecieron tendidos sobre el puente entrelazados, formando como un “V” de la victoria sobre una muerte, sinsentido y descabellada. Ocho días después, de noche, los serbios los retiraron hasta su zona de influencia y allá le dieron sepultura, en una tumba común, frente a la madre de Bosko. Tres años después, gracias a los acuerdos de paz de Dayton que le dieron forma a la República, uniendo la Federación de Bosnia y Herzegovina (de mayoría bosnio musulmana) con la República Srpaska (de mayoría serbio bosnia), los restos de ambos fueron trasladados al cementerio León de Sarajevo, donde hoy descansan. Sobre la tumba, colocaron un corazón de piedra con los rostros de ambos.
Esta historia de amor tuvo muchas repercusiones, que se convirtieron en libros, canciones, obras de teatro y documentales. Algunos la llamaron: “Romeo y Julieta de los Balcanes”, no por el odio que existiera entre sus familias, porque no lo había, sino por aquella semejanza con los capuletos y montescos, entre serbios ortodoxos y bosnios musulmanes. Sin embargo, para otros, serán siempre: “Bosko y Admira, los dos amantes que huyeron de la guerra hacia la vida eterna, por el puente de la esperanza”.

martes, marzo 17, 2020

QATAR



Donde se juntan el desierto y el mar,
las dunas terminan siendo olas,
los beduinos se zambullen a pescar
y los ojos se convierten en perlas.

Eso le escuché decir a un catarí
en el prólogo del libro de arena,
mientras se caían las hojas
y el tiempo transcurría por el suelo.

Soplaban las horas con sus días,
hasta volverse tormenta,
remolinos junto a las tiendas
que encendían las estrellas.

De día el sol escupía fuego,
quemando el paso de camellos.
De noche la luna menguante,
teñía de plata los cabellos.

Las caravanas traían los frutos,
de una tierra oculta y lejana,
mientras en la orilla del mar,
las redes saltaban de peces.

La palabra y su eco viajaron lejos,
trayendo mil y un relatos de genios.
Las subieron a los botes pequeños
y los marinos fueron sus dueños.

Desembarcaron del otro lado del mar,
donde el azul se vuelve turquesa
y las huríes comenzaron a bailar,
como si estuvieran en el Paraíso.

Así supe que al final,
sobre la arena o la sal,
la voz humana quedará tendida
y habrán de juzgarla sin tardar,
tanto el amor, como la tristeza.

Quedará entonces el llanto
prendido de aquel beso,
pagará la sonrisa por la sed
y la soledad por el encuentro.


Jesusmariasilveyra@2020

DESPUÉS DE LA TORMENTA

Después de la tormenta,
llega la calma,
ese aire puro y fresco
entrando por la ventana.
Las montañas quedaron nevadas,
el frío ha pintado el cielo
de un celeste prístino,
como dos grandes ojos de agua.
Y el lago, de oscuro profundo
ha pasado a un turquesa de orilla
y ya no está tan picado.

Respirar.
¿Qué será del mañana?
Vivamos el hoy,
con renovada esperanza,
el sol se hace presente
y calienta hasta el alma,
mientras los perros ladran
en la distancia.

Te recuerdo en esa flor, amarilla.
Ha salido ayer misteriosa,
como signo
de tu presencia eterna,
enredada en el paso del tiempo,
sonriente y dichosa,
bajando tus finas manos
hasta tocar la punta de los dedos
y elevarme.

Jesusmariasilveyra@2020.


CORONAVIRUS


Cuando las sombras se apoderan
de la hora.
Está la caña en mano de Moisés
sobre la roca.
El golpe duro y la firme voz
contra la queja,
hasta que, desorientado el pueblo
al fin se deja,
guiar por la esperanza
refulgente,
brillo del agua,
que se abre paso,
entre la gente.

Sacia la sed,
devuelve la energía,
ilumina el rostro
de quien confía,
traza un surco
en el desierto,
río de fe y de luz
recién abierto.

Camino hacia un Dios
que en el milagro
se revela,
pese al corazón duro
y dura la cerviz
de quienes dudan
continuamente.
En el camino de las pruebas,
el agua viva,
pese a las faltas de cada uno,
está presente.

Jesusmariasilveyra@2020



Principio del formulario
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miércoles, junio 27, 2018

LA POESÍA



Me preguntó de dónde venían,
esas palabras mías,
convertidas en poemas.

Le dije que no sabía,
si del pozo más profundo
del corazón,
o de lo más etéreo
del aire.

Eran como velas tendidas,
nubes suspendidas,
aromas de fuentes,
caricias de ángeles,
labios de mujer,
suspiros,
voces no escuchadas,
ecos repentinos,
pasos nunca dados.

Eran dardos
que no buscaban,
ni centro, ni escondrijos,
eran sublimes acertijos
perdidos en el agua.

Era fuego,
quemándome el alma.
Era tierra
poblada de amapolas,
como cruces indoloras,
como verjas sin espacios,
como notas no tocadas.

Sin embargo,
tenían forma de palabras,
que se iban juntando,
formando cadenas.

Eran imágenes nunca vistas,
partituras del espacio,
colores descubiertos,
en el vacío de las letras.

Siguió preguntándome,
pero me dolía la falta
de respuestas claras.

Eran pájaros migrando
de una mano hacia el oído.
Eran botes zarpando,
hacia el mar de unos ojos.

Era un grito desesperado,
de mi angustia existencial,
dando tumbos por el tiempo,
tan humano y sideral.

En fin, era el amor.
Sí, el amor,
aunque costara tanto
sacarlo a la luz
y desnudarlo.

(Londres, en un café de la calle Oxford).
jesusmariasilveyra@2018

sábado, febrero 13, 2016

LA GOTA



Tan inexplicable,
como una gota
vaciada por el viento,
llena de aire,
descubierta de agua,
de un azul intenso,
casi como el cielo,
redondeada por la mano,
saliendo de una boca,
suelta,
flotando,
cayendo de una nube
sobre un charco;
espejismo,
ilusión óptica
del ojo humano,
parecida a la otra,
la gota verdadera,
la que moja,
la del llanto,
metida dentro del corazón,
en silencio,
sin un suspiro,
temiendo ser descubierta.