Se llama Immaculée Ilibagiza. Su
apellido significa: “resplandeciente y hermosa en cuerpo y alma”. Traída por la
Editorial Logos, estuvo por segunda vez en la Argentina para dar un ciclo de
conferencias. De pie, con un rosario en la mano le habla a la gente del perdón
y la misericordia “Dios sanó mi alma, dañada por el odio y enferma por el deseo
de venganza”. Por momentos, los ojos se le llenan de lágrimas y su esbelta
figura morena parece quebrarse. Su historia lo justifica. Natural de Ruanda, se
salvó en 1994 de otro de los grandes genocidios del Siglo XX, cuando cerca de
un millón de personas murieron en el plazo de 100 días, producto de la horrible
matanza entre hutus y tutsis, ante la indiferencia del resto del mundo.
Immaculé hoy tiene 44 años, dos hijos y vive en los Estados Unidos. Pero en ese
entonces, era una estudiante de ingeniería, volviendo a casa de sus padres para
celebrar juntos la Pascua en la aldea de Mataba, junto al lago Kivu. De familia
católica y miembro de la minoría étnica de los tutsis (en aquél momento, el 15%
de la población), Immaculé se salvó “por gracia de Dios”, según ella misma
relata, tras permanecer escondida durante 91 días en un baño de 1 metro por 1,3
metros, junto a otras siete mujeres, perdiendo casi 30 kilos de peso. Sus padres,
dos hermanos, los abuelos, compañeras de
colegio, amigas y vecinas fueron asesinados por los hutus a golpes de machete o
lanzazos. Una verdadera masacre que
comenzó cuando un misil derribó el avión en el que viajaba el Presidente,
Juvénal Halyarimama, un hombre moderado
de la etnia hutu (82% de la población), que procuraba mantener la paz tribal en
esta ex colonia belga. Hicieron responsables a los tutsis del atentado, y
comenzaron a acosarlos en los medios de
comunicación, llamándolos “cucarachas” que debían ser aplastadas y exterminadas.
Por consejo de sus padres, al enterase de que comenzaba la matanza, Immaculé
fue a esconderse en la casa de un pastor protestante, de la etnia hutu, el señor
Murinzi, quien las mantuvo ocultas, en total silencio, dándoles de comer de las
sobras de su casa una vez al día, para que los hutus que merodeaban por la zona
no las descubrieran. “Un día, entraron en la casa y estuvieron a punto de abrir
la puerta del baño”, me cuenta Immaculée. La casa era pequeña, de apenas cuatro
habitaciones y no las descubrieron porque se fueron antes (luego ocultaron la
puerta poniendo delante un ropero). “Fue como un signo de la presencia de Dios
que cambió mi vida”…Todo esto está fantásticamente relatado en el libro: “Sobrevivir
para contarlo”, que escribió junto al escritor norteamericano, Steve Erwin.
Libro que vale la pena leer, porque lo atrapa a uno desde principio a fin. Hoy,
ya son siete los libros publicados por Immaculée y viaja por todo el mundo
compartiendo su experiencia y dando testimonio. “Dios me concedió la gracia del
perdón”. Pues cuando salió libre y los tutsis tomaron el control del país, a
través de Paul Kagame (del Frente Patriótico Ruandés), que es el actual
Presidente, ella fue hasta la cárcel donde estaba el asesino de su madre y lo
perdonó.
- ¿Por
qué hay que perdonar?
- El perdón es un regalo, una gracia de Dios, que
está disponible para todos y es gratis. Nos hace bien perdonar. Nos llena de
alegría. Es un favor que nos hacemos a nosotros mismos. Porque si estamos
prisioneros de nuestra ira y rencor, no podemos ser felices, sino que sufrimos.
El perdón nos trae la paz y nos hace libres para amar a todos, para pensar más
en el presente y el mañana, en vez de quedar encerrados en el pasado.
-¿Cuáles son los pasos del perdón?
- Primero,
hay que reconocer que nos sentimos mal por la falta de perdón, que estamos
heridos. Luego, estar dispuestos a perdonar. Tener la firme intención de
hacerlo para sentirnos mejor. Posteriormente, rezar mucho para lograr perdonar.
Pedirle ayuda a Dios, diciéndole que queremos ser mejores personas,
sintiéndonos bien, en paz. Entonces, la ayuda vendrá. Podemos pensar en esos
momentos en personas de bien, como Ghandi, Madre Teresa, Mandela… que fueron
gente de perdón y de paz. Por último, hacerlo. Llevar a cabo el perdón. Yo,
cuando estaba en el baño, sintiendo odio y deseos de venganza a nuestros
enemigos, me sentía muy mal, con dolor de cabeza y de estómago. La ira me hacía
sudar…pero cuando comencé a perdonar, todo cambió.
-¿Perdonar es olvidar?
- No. Olvidar, no depende de nosotros, sino que es
una gracia de Dios. Lo que ha sucedido, siempre quedará en nuestra memoria.
Pero una vez que perdonamos, no debemos pensar en las cosas que nos hacen mal,
que nos traen malos recuerdos, sino en lo que nos hace bien, en lo que tenemos
por delante. Aunque siempre recuerdo a mis padres, mi casa, mi infancia y todo
lo bueno que viví en aquél tiempo, despejo los pensamientos negativos sobre el
genocidio o el campo de refugiados.
-¿Le hablás a tus hijos de lo ocurrido? (tiene
una niña y un varón)
-No, ¿para qué? Trato de enseñarles cosas buenas,
como el valor de la oración. Les digo que su abuelos y tíos están ya en el
cielo, esperándonos…Yo hablo de lo sucedido sólo cuando me lo preguntan los
periodistas o cuando doy una charla, no para que recuerden lo trágico del genocidio,
sino para dar esperanza de que, con la ayuda de Dios, todo se puede lograr.
-¿Es importante este Jubileo de la Misericordia
al que convoca el Papa?
- Muy necesario. Hay gente que no conoce la
Misericordia de Dios, que no conoce realmente a Jesús y que seguirlo nos hace
mucho bien. El perdonó a todos…Cuando yo comencé a rezar el rosario en el baño,
me salteaba una parte del “Padre nuestro”, en la que habla de “perdónanos
nuestras ofensas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. No podía
rezarlo. El odio era más fuerte. Estaban matando a mi pueblo. Luego me di
cuenta que no podía cambiar una oración que nos había dado el mismo Dios y,
finalmente, logré perdonar meditando
sobre Jesús en el Calvario, cuando dijo: “perdónalos, porque no saben lo que
hacen”. Allí está su infinita Misericordia.
- ¿Es compatible la Justicia con la Misericordia?
- La Justicia puede ser un camino del perdón y del
amor. La Justicia es maravillosa. Debe
aplicarse la Ley con los asesinos, porque quienes matan, no dejan de ser
asesinos, por más que los familiares de las víctimas los perdonemos. Pero no
debemos verlos como demonios, sino como pecadores, no como “el mal”, sino como
personas que obran el mal. Eso es parte de nuestro perdón. Querer que estén en
prisión, más que como algo punitivo, como una chance para que cambien, para que
durante ese tiempo reflexionen que es mejor hacer el bien. Ellos también
necesitan ayuda, para poder levantarse y dejar en el futuro de obrar el mal. En
este sentido, la Justicia es un gran bien que viene de la Misericordia.
-¿Cuál es el papel de la Virgen María en tu vida?
- Muy grande. En casa rezábamos el Rosario y yo
fui a las primeras peregrinaciones a Kibeho, donde María se le apareció a unas
jóvenes adolescentes. Allí conocí el “rosario de los siete dolores”… Cuanto más
amo a Dios, más amo a María. Ella siempre está a mi lado. El rezo del Rosario
me tranquiliza en los momentos en que pierdo la paz.
-¿Qué le recomendás a los argentinos para sanar
las heridas del pasado? (le pregunto contándole brevemente algo sobre los años
setenta).
-Yo no sé mucho de lo que acá pasó, pero hay que
tener cuidado con los políticos que usan la historia en su provecho, que
remueven cosas del pasado porque les conviene. Creo que siempre hay que buscar
la paz y la felicidad, pensando en lo que nos pone bien, en lo que nos hace más
felices…
-¿Cómo es la situación actual en Ruanda?
-Muy buena. El país está creciendo y en paz. Se
aplica la Ley a quienes cometen delitos, para que cambien de actitud, pero hay
una buena convivencia. Es un verdadero milagro.
Immaculée, sobre el escenario, le
sigue hablando al público. Reflexiona sobre la importancia del rezo del
Rosario. “La Virgen lo pide en todas sus apariciones. Que lo recemos, para que
nos traiga la paz…eso dijo también en Kibeho, Ruanda, a un grupo de jóvenes…pero
no la escuchamos” (estas apariciones comenzaron en 1981 y anticiparon el
Genocidio que estaba por venir). Immaculée, explica que, durante su cautiverio
en aquél pequeño baño, llegó a rezar en silencio hasta 27 rosarios por día, eso
la sostuvo, alejó los malos pensamientos y la ayudó a mantener la calma y la paz
interior. Cuando termina la conferencia, la gente se pone de pie y estallan los
aplausos. Muchos lloran conmovidos por su testimonio.
Ella, con su mano en el
corazón, agradece y vuelve a emocionarse.
Luego de la entrevista nos
despedimos y le regalo uno de mis libros dedicándoselo: “For the master of forgiveness”, porque, realmente, es una maestra
del perdón.