Jesús María Silveyra

miércoles, agosto 29, 2007

"Las huellas de Cristo y el Camino"

La huella señala el paso del hombre por la tierra.

A los primeros cristianos los llamaban “los hombres del Camino”. En los Hechos de los Apóstoles podemos leer que, estando Pablo en Efeso, predicó durante más de tres meses en la sinagoga esforzándose por convencerlos acerca del Reino de Dios, “pero como algunos se endurecían y no querían creer, despreciando el Camino”, se apartó de ellos. ¿De qué camino hablaba Pablo? ¿De qué camino hablaba Cristo cuando llamó a sus primeros discípulos diciéndoles: “Ven y Sígueme”?
Durante la última Cena, el Señor les dijo a sus discípulos: “Ya saben el camino para ir a donde yo voy”. Tomás le dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?” Jesús le respondió: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
La huella es la señal del paso del hombre en la tierra. ¿Qué huellas nos dejó Jesús?
En el terreno geográfico, bajó de Nazaret a ser bautizado en la hondura del Jordán, en Betabara; luego subió a las colinas del desierto donde sufrió las tentaciones del demonio, para volver a bajar al pozo del mar de Galilea (lago de Genesaret). Allí rescató a una serie de pescadores que serían sus primeros discípulos, con aquél: ”Sígueme”. Jesús comenzó a decirles: “Yo soy la luz del mundo. El que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Durante dos años predicó en la zona de Cafarnaún y del lago, para luego volver a subir, esta vez a Jerusalén donde encontraría la muerte en la cruz del Gólgota. Jesús les seguía diciendo: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. “El que no cargue su cruz y no venga detrás de mí, no puede ser mi discípulo”.
Muchos de sus seguidores no querían que subiera a Jerusalén, porque temían por su vida. Pero cuando el Señor los veía desorientados o preocupados, les decía: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí, no tendrá sed jamás”.

Saliendo del terreno geográfico, ¿cuáles son algunas de las huellas que nos dejó Jesús con sus actos? Muchos podrían exclamar: ¡Los milagros! Devolvió la vida a los muertos, expulsó demonios, sanó leprosos, hizo andar a los cojos, ver a los ciegos y oír a los sordos. Calmó la tempestad, secó la higuera, multiplicó panes y peces. Otros dirían: Comió con publicanos, con prostitutas, con pecadores; se mezcló con los paganos, dando de beber a una samaritana, curando la hija de la cananea o la del centurión romano. Y, finalmente, se entregó por nosotros en la cruz.

¿Y qué clase de huellas nos dejó con sus palabras? Recordemos algunas: Perdonar setenta veces siete; poner la otra mejilla; amar a los enemigos; ser el último y el servidor de todos; humillarnos para ser ensalzados; hacernos como niños; perder la vida para ganar el Reino; negarse a uno mismo; dar la vida por los amigos; tomar la cruz y seguirlo.

¡Qué difícil parece entonces poder seguirlo! No hacemos milagros, solemos apartarnos de los pecadores y paganos y, por último, sus palabras invierten toda la lógica de este mundo. Pero no nos preocupemos, hasta los mismos santos anduvieron a los tumbos siguiendo sus huellas. El mismo san Pedro acabada la Cena le dijo al Señor: "Señor, ¿a dónde vas?”. Jesús le respondió: “A donde yo voy, no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde”. Pedro le respondió: “Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Y Pedro terminó negándolo tres veces.

Más de cuarenta años después, cuenta la preciosa leyenda del Quo Vadis, el mismo Pedro, luego de haber sido liberado de la cárcel Mamertina en Roma, a pedido de los hermanos de la comunidad, huyó de la ciudad por la Vía Appia. De repente, se encontró con Jesús que iba hacia Roma. Pedro se detuvo y le preguntó: “Domine, quo vadis?". "¿Señor, a dónde vas?”. Jesús le respondió: “Voy a Roma para ser crucificado de nuevo”. Pedro volvió a preguntarle:”¿Serás crucificado de nuevo?”. “Sí, Pedro”, contestó Jesús. “Entonces, Señor, me vuelvo atrás siguiendo tus pasos”, fue la respuesta de Pedro.

Hoy en día, en aquel lugar donde se encontraron, en la iglesia del Quo Vadis, existe una piedra con las supuestas huellas de los pies de Cristo.
Y Pedro regresó a Roma. Nuevamente lo tomaron prisionero y lo ejecutaron en la arena del circo de Nerón, sobre la colina del Vaticano. Pedro, terminó de esa forma dando su vida por el amado sobre una cruz invertida, porque le dijo a sus verdugos que no se sentía “digno de morir como mi Señor”.

Pedro, a los tumbos, siguió los pasos de Jesús. Hizo milagros en el nombre de Jesús, anduvo con pecadores y fue el primero en abrir la iglesia a los paganos. En cuanto a las otras huellas, la de las palabras, terminó abrazando en esa cruz invertida, la inversión de la lógica del mundo.
Esto no quiere decir que seguir las huellas de Jesús implica necesariamente el martirio o la muerte violenta. Aunque la palabra “mártir”, proviene del griego y significa: “Dar testimonio”.
El Señor nos invita a seguirlo, a “dar testimonio”, a morir al “hombre viejo” y a convertirnos como los primeros cristianos de Antioquia, en “hombres del Camino”.

No debemos preocuparnos, pues no estamos solos. Dios nos acompaña. “Pidan y se les dará. Busquen y encontrarán”. Pedro es un ejemplo que podemos imitar.

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