Jesús María Silveyra

domingo, junio 17, 2012

LA DANZA DE LOS DERVICHES


Los músicos entraron a la sala y se acomodaron al frente del cuadrilátero formado por las sillas de los espectadores. Eran nueve los integrantes: una mujer con el arpa, otra con platillos; dos hombres con tambores, tres con flautas, uno con la cítara y otro, reservado para el rezo y el canto. Todos con sus capas negras y sombreros marrones, en forma de conos, de lana teñida.

           

 Estaba por comenzar la ceremonia llamada “Sema” o danza de los derviches, creada por los seguidores de Mevlana Yalal Al-din Rumi, quien nació en 1207 en Afganistán, de allí pasó a Bagdad, la Meca y Damasco, para terminar viviendo en el territorio de la actual Turquía, más precisamente, en  la ciudad de Konya. Fue un sabio musulmán, vinculado al sufismo, que recibió su formación espiritual, primero de su padre, luego de un amigo de éste y más tarde de un hombre de Tabriz, conocido como Shams. Posteriormente, recitó el Mathnavi, un libro considerado como joya de la literatura espiritual oriental. Las prácticas de Rumi (cuya palabra se deriva de “romano”) están dirigidas a transformar la compulsividad del falso yo y alcanzar el Islam o “sumisión”, en un orden superior de la realidad. La superación de la esclavitud del ego, que está desconectado del corazón, lleva a la realización de la verdadera humanidad centrada en el amor y la paz. La madurez espiritual consiste en comprender que el yo es un reflejo de lo divino y que el amor a Dios lleva al amante a olvidarse de sí mismo, para perderse en el amor de su amado. Su doctrina predica la tolerancia ilimitada hacia todas las religiones y escribió reflexiones poéticas como la que transcribo:
“Alguien fue hasta la puerta del Amado y tocó.
 Una voz preguntó: ‘¿Quién está ahí?’
 Él contestó: ‘Soy yo’.
 La voz dijo: ‘No hay lugar para Yo y Tú’.
 La puerta se cerró.
 Luego de un año de soledad y privación,
 regresó y tocó la puerta.
 Desde el interior una voz preguntó: ‘¿Quién está ahí?’
 El hombre respondió: ‘Soy Tú’.
 La puerta se abrió para él”.

 Más tarde, hicieron su ingreso los bailarines, a paso lento, como dejando marcada una huella invisible en el camino. Adelantaban un pie, lo apoyaban con sigilo, luego adelantaban el que había quedado detrás y hacían otro tanto. Así, fueron avanzando en círculo, como si fueran gacelas. Dieron tres vueltas al recinto formado por las sillas, saludándose entre dos en el punto de partida, con una inclinación de cabezas. Finalmente, fueron a sentarse a un costado, sobre unos cueros de cordero, para escuchar al cantor.

Con el canto en árabe, dejé de lado la agitación del día y las corridas y respiré con alegría, sabiendo que en algún momento me llegaría una cierta paz interior. El cantor, se refería a Dios, porque nombró a  Alláh decenas de veces, cual si fuera un mantra, con la mirada perdida en algún punto de la sala.
Luego de la plegaria, los siete bailarines se sacaron el manto negro que los cubría y los dejaron caer sobre la piel de cordero, descubriendo el color de los atuendos que llevaban debajo. Los tres hombres estaban con vestimenta blanca y las cuatro mujeres con ropa de color: verde, amarilla, naranja y violeta. Llevaban polleras y chaquetas de acuerdo al color mencionado, fajas negras, polainas, camisas blancas y zapatillas negras de baile. Caminaron en fila hacia el fondo de la sala, siempre con los gorros puestos, y comenzaron, de a uno, a bailar girando. Primero, con los brazos cruzados, tomándose con las manos los hombros; luego, abriendo los brazos, como si despertaran de un sueño. La pierna derecha era la que impulsaba el giro y la izquierda la que se mantenía como eje del cuerpo. Giraban y giraban al compás de la música, sin marearse. Daban vueltas como trompos sobre un eje, con los brazos extendidos: uno con la mano abierta, mostrando la palma, como si atrapase algo que bajaba de lo alto; el otro, con la mano entrecerrada, quebrada, en dirección a la tierra. Algunos dicen que simbolizaba atrapar la baraka (bendición, aliento) del cielo, para traerlo a la tierra y repartirlo entre los hombres.


Los giros continuaron por cerca de diez minutos, siempre para el mismo lado, acompañando el movimiento de las agujas del reloj. La mujer de rojo en el centro, dando vueltas como una amapola mecida por el viento, girando como aquellos molinitos de plástico que recordaba de mi infancia, dentro de la canasta de un vendedor de chupetines. De repente, se detuvieron, cruzaron los brazos colocando las manos sobre los hombros, hicieron una breve inclinación de cabeza a modo de saludo y comenzaron nuevamente a girar.
Me puse a escribir mientras los observaba. Todos guardábamos silencio. Escuchábamos el ritmo que marcaba el tambor, los tonos de las flautas, el sonar esporádico de los platillos, los acordes del arpa siguiendo a la cítara y la voz; la voz en un árabe melodioso que terminaba atrapándome, haciéndome respirar de su rima, imaginando que el derviche estaba recitando los noventa y nueve nombres que le dan los musulmanes a Dios, no sin antes repetir un hadiz (dicho) del profeta Mahoma: "Hay noventa y nueve hermosos nombres de Allah, por mediación de los cuales se nos ha ordena­do suplicarle. Quien se los aprenda de memo­ria y los recite constantemente entrará en el Jardín".

Allah. Dios. Al-Rahman. El Compasivo. Al-Rahim. El Misericordioso. Al-Malik. El Soberano. Al-Quddus. El Santo. As-Salam. El Dador de Paz. Al-Mu’min. El Guardián de la Fe. Al-Muhaymin. El Protector. Al-‘Aziz. El Poderoso. Al-Jabbar. El Señor Todopoderoso. Al-Mutakabbir. El Glorioso. Al-Khaliq. El Creador. Al-Bari’. El que da la Vida. Al-Musawwir. El diseñador de Formas. Al-Ghaffar. El Perdonador. Al-Qahhar. El que controla todas las  Cosas.…

 Los bailarines seguían girando, como estambres de flores abiertas mecidos por el viento, como campanillas que resuenan en un comedor, como sombrillas abiertas sobre una playa en el verano, como mantos de príncipes saludando a una reina, como frutos abiertos por el calor del mediodía, como tiendas extendidas sobre la arena del desierto. 

Al-Wahhab. El Dador de todas las Cosas. Az-Razzaq. El Proveedor. Al-Fattah. El que da Apertura. Al-‘Alim. El Conocedor de Todo. Al-Qabid. El que Constriñe. Al-Basit. El que Expande. Al-Khafid. El que Humilla y Rebaja. Ar-Rafi’. El que Exalta. Al-Mu’izz. El que Honra. Al-Muzill. El que Deshonra. As-Sami. El que todo lo Oye. Al-Basir. El que todo lo Ve. Al-Hakam. El Juez. Al-Adl. El Justo. Al-Latif. El Sutil…

Sí, giraban, como las ruedas blancas del tiempo, como gotas frescas que salpican los arroyos, como nubes que se enredan en el cielo, como soles rojos apagados por el horizonte, como naranjas que se deshacen dentro del paladar, como hojas verdes que manchan la primavera, como violáceas tardes junto a grandes cordilleras…

Al-Khabir. El Conocedor de Todo. Al-Halim. El Clemente. Al-Azim. El Grande. Al-Ghafur. El Perdonador. Al-Shakur. El más Agradecido. Al-‘Ali. El más Alto. Al-Kabir. El más Grande. Al-Haafiz. El Protector. Al-Muqit. El Dador del Sustento y la Fuerza. Al-Hasib. El Suficiente para Todo. Al-Jalil. El Glorioso. Al-Karim. El Benevolente. Ar-raqib. El Guardián. Al-Mujib. El que responde a las Súplicas…


Giraban hacia la derecha. Los ojos parecían cerrados. La cabeza inclinada en el sentido del giro. La respiración que casi no se notaba. Los brazos extendidos, como aspas de un molino, como agujas de un reloj, como rayos de una rueda, como piezas de un compás, como diámetros de círculos…

Al-Wasi’. El Indulgente. Al-Hakim. El sabio. Al-wadud. El Amantísimo. Al-Majid. El más Venerable. Al Ba’ith. El que resucita de la Muerte. Ash-Shahid. El Omnipresente. Al-Haqq. La Verdad. Al-Wakil. El Cuidadoso. Al-Qawi. El Omnipotente. Al-Matin. El Invencible. Al-Wali. El Amigo Protector. Al-Hamid. El Digno de Alabanza. Al-Muhsi. El que lleva las Cuentas. Al-Mubdi. El Originador. Al-Mu’id. El que tiene poder para Crear de Nuevo…

Los pies de los danzarines, acompañando siempre el ritmo. El derecho que impulsaba el giro sobre el eje del pie izquierdo que se movía más lento, aplomado, firme, dentro de la sandalia negra, pequeña barca, a tono con  el color de la faja, y de los ojos que yo no veía, de los ojos que veían dentro, y seguían deletreando los atributos de Allah, como a letanías cristianas…
             
Al-Muhyi. El Dador de la Vida. Al-Mumit. El Dador de la Muerte. Al-Hayy. El Perdurable. Al-Qayyum. El Sustentador de la Vida. Al-Wajid. El Absolutamente Perfecto. Al-Majid. El Absolutamente Excelente. Al-Wahid. El Único. Al-Ahad. El Uno sin Igual. As-Samad. El Eterno. Al-Qadir. El Todopoderoso. Al-Muqtadir. El Poderoso. Al-Muqaddin. El que hace Avanzar. Al-Mu’akhkhir. El que hace Retroceder. Al-Awwal. El Primero. Al-Akhir. El Último…

 Los bailarines parecían muñecos de una cajita de musical, moviéndose por el impulso de la cuerda que alguien había hecho girar; mientras la música real llenaba el ambiente con los sones de los platillos y la voz del recitador que seguía recordando que Allah es Grande, pero también Misericordioso y Compasivo.
             
Az-Zahir. El Evidente. Al-Batin. El Oculto. Al-Wali. El Responsable de todas las Cosas. Al-Muta’ali. El por encima de los atributos de la Creación. Al-Barr. El Bueno. At-Tawwab. El que acepta el Arrepentimiento. Al-Muntaquim. El que da el justo Castigo. Al-‘Afuw. El que Perdona. Ar-Ra’uf. El Bondadoso. Malik Al-Muluk. El poseedor de la Soberanía. Dhul-Jalal-Wal-Ikram. El Majestuoso y Benevolente. Al-Muqsit. El Justo. Al-Jame’. El que Junta. Al-Ghani. El que está Libre de Necesidad. Al-Mughni. El que Satisface todas las Necesidades…

Los siete místicos bailarines parecían mariposas saltando con las cuerdas del arpa o de la cítara, que iban a posarse en la corola de una flor, transportando el polen en sus pequeños pies negros, desentumeciendo las alas, moviéndolas al compás del ritmo que marcaba las gotas del rocío, rodando por los pétalos, yendo a caer en el corazón de la flor, alegrando la mañana que despertaba girando, arrastrando los segundos, convirtiéndolos en minutos, luego en horas, después en días y años y siglos y eras, como si ya nadie pudiese parar de dar vueltas en los mares de la vida…
             
Al-Mani’. El que Dificulta. Ad-Darr. El que pueda Causar Pérdida. An-Nafi. El que Concede Beneficios. An-Nur. La Luz. Al-Hadi. El que Guía. Al-Badi. El Inventor. Al-Baqi. El Eterno. Al Warith. El que Sustenta Todo. Ar-Rashid. El que Guía por el Sendero de la Virtud. As-Sabur. El más Paciente…
            
 Con paciencia y lentitud, volvieron a detenerse, cruzaron los brazos, las manos sobre los hombros, caminaron despacio, saludaron inclinando las cabezas, volvieron al lugar donde estaban los blancos cueros de cordero y se revistieron con las túnicas negras dando término a la danza. Fue en ese momento que todos, rompiendo nuestro ensimismamiento, aplaudimos. Al salir, alguien me regalo otro poema del Rumi:

Escucha, si te es posible escuchar:
Llegar a Él, es abandonarse a uno mismo.
Silencio: allí es el mundo de la visión.
Para ellos, la palabra no es más que MIRADA.

(*) Todos los derechos reservados. © Copyright 2012 Jesús María Silveyra. info@jesusmariasilveyra.com.ar
http://www.youtube.com/watch?v=iUfxbERMYdg

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