Jesús María Silveyra

jueves, diciembre 14, 2006

"La visita de Benedicto XVI a Turquía"

La que debió ser una visita eminentemente pastoral, para la pequeña grey católica que vive en Turquía, y ecuménica, para con la Iglesia Ortodoxa en general —dada la invitación oportunamente recibida del Patriarca Ecuménico Ortodoxo de Cons tantinopla, Bartolomé I para celebrar juntos la festividad de San Andrés—, luego de la polémica suscitada por el discurso de Benedicto XVI en la universidad alemana de Ratisbona a partir de una cita sobre el profeta Mahoma, se convirtió en un gesto de valentía, amor, paz y esperanza del Papa para con el Islam.

Gesto de valentía, porque el Papa pese a las amenazas contra su vida expresadas por grupos extremistas que mal se dicen islámicos, los desplantes iniciales del gobierno turco —que dudaba acerca del tipo de recibimiento que políticamente le convenía dar al Papa—, los anuncios de grandes manifestaciones populares que se realizarían el día previo a su arribo para rechazar su visita —que después fracasaron— y las duras palabras esgrimidas por representantes religiosos luego de su discurso en Ratisbona, se hizo presente en este hermoso país, bisagra histórica y cultural entre Europa y Asia, cuna de la Iglesia de los primeros cristianos (dónde, entre otros, predicaron Pedro, Pablo y Andrés). Y no sólo se hizo presente, sino que, a la par de intentar en todo momento profundizar el diálogo con el Islam, no se calló de pedir por la libertad religiosa y los derechos de las minorías —cuestión que quedó expresada en el Documento Conjunto firmado con Bartolomé I—, así como de reafirmar su fe católica, como lo hizo en la misa junto a la Casa de María, en Efeso, en la que señaló que Cristo representa y es la paz, o en la catedral del Espíritu Santo, al recordar la profesión de fe de Pedro en Cesarea.

Gesto de amor, porque Benedicto XVI viajó a un país en donde este mismo año —el 5 de febrero— fue asesinado en la ciudad de Trabzon el sacerdote italiano Andrea Santoro como consecuencia de las reacciones extremistas contra la publicación de una serie de caricaturas de Mahoma por parte de diarios europeos. Y si bien se refirió a don Andrea durante la homilía de la misa celebrada en la "Meryem Ana Evi" (Casa de María), lo hizo sin ningún rencor, sino para expresar el valor de su testimonio para la pequeña iglesia católica de Turquía que no está exenta de sufrimientos y pruebas. Acto de amor que también fue visible para con el muftí de Estambul, profesor Mustafá Cagrici, quien en su momento lo había criticado duramente —aunque luego aceptó sus explicaciones— por aquella cita considerada "anti islámica", que —vale aclarar— no era de Benedicto XVI, sino una reproducción de un diálogo del pasado. Gesto que no sólo consistió en un saludo fraterno, sino en el dejarse llevar por el muftí dentro de la enorme "mezquita Azul" de Estambul —convirtiéndose así en el segundo Papa en la historia que se hizo presente en una mezquita después de Juan Pablo II— y elevar junto a él una plegaria frente al "mihrab" (lugar que indica la dirección a La Meca). Plegaria conjunta que fue filmada por la televisión turca y cuya imagen recorrió una y otra vez el mundo. Gesto de amor del Papa que también fue para con el primer ministro Erdogan, quien se arrepintió de su decisión inicial de no ir a recibirlo y fue a buscarlo al aeropuerto de Ankara y compartió luego una charla privada al término de la cual manifestó que Benedicto XVI —en un giro de la posición que había explicitado cuando aún era cardenal— alentaba el ingreso de Turquía a la Comunidad Europea.

Gesto de paz, manifestado por el Papa a lo largo de los cuatro días que duró su visita. El primer día, en el mausoleo de Ataturk, en Ankara, donde utilizó palabras del fundador de la República turca, al expresar su deseo de "paz para Turquía y paz para el mundo". Luego, durante la visita a la "mezquita azul" de Estambul, con aquel intercambio de regalos con el muftí, con el simbolismo de la paloma. Una coincidencia por demás significativa, tal como lo manifestó el mismo Mustafá Cagrici, al entregarle al Papa la imagen de una paloma y al recibir de éste un cuadro con varias palomas saliendo de un canasto. Por último, aquella suelta de una paloma real frente a la catedral católica del Espíritu Santo en la que el Papa celebró su misa final. Y este gesto de paz, en todo momento, fue acompañado por una expresión gozosa y contemplativa del pontífice, volviendo a mostrar en público uno de sus carismas más significativos.

Gesto de esperanza, porque el permanente intercambio de signos, saludos, regalos, palabras, y cambios de actitud, prodigados entre las partes, fue trazando un puente de posibilidad, confianza y acercamiento, a semejanza de aquel que une ambas riberas del Bósforo, comunicando Europa con el Medio Oriente. Quienes tuvimos la dicha de seguir al Papa en Turquía —más allá de las estrictas medidas de seguridad, que por momentos parecieron exageradas y dificultaron nuestra presencia en los actos—, partimos convencidos de que sobre ese puente se puede comenzar a construir un intercambio verdadero de dones espirituales que ayude a la resolución de los conflictos que existen en Medio Oriente (Irak, Líbano, Israel...) y que, ni la política, ni las armas, parecen poder resolver.

Tal vez —en lugar de encontrarnos frente al momento culminante del "choque de civilizaciones" que fue anunciado hace unos años en el libro de Samuel Huntington— nos encontremos frente a la oportunidad del "encuentro" de las mismas, tal como fue el deseo de Benedicto XVI al despedirse. La actitud observada en Turquía por parte de los musulmanes de buena voluntad, que comparten con los cristianos el amor a Dios y a su infinita Misericordia, parecerían querer reafirmar esta posibilidad.


(*) artículo de Jesús María Silveyra publicado en el diario Clarín el 13/12/2006

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